Porque soy catolico

buen color, o que Tiny Tim le pusiera precio a Timothy. Sólo pretendemos decir que ellos, incluyendo también a su autor, habrían confesado humildemente y de corazón que era algo históricamente anterior al señor Scrooge, que podría ser denominado como el Fundador del festejo. En cualquier caso, sea cual sea la razón, todo habría encajado con el resultado. El festejo del señor Wardle habría estado centrado en la familia del señor Wardle; y sin embargo las románticas sombras del señor Winkle y el señor Snodgras s [142] amenazaban con dividir a otras familias. La Navidad tiene un carácter doméstico, y por esa razón la mayoría de la gente se prepara para viajar en agobiantes tranvías, aguantando colas interminables, cogiendo trenes a toda prisa, abarrotando con desesperación las teterías y preguntándose cuándo regresarán a casa. No sé si alguno de ellos desaparecerá para siempre en el departamento de juguetes o si se desplomará moribundo en alguna tetería; pero por el aspecto de su mirada lo parece. Justo antes de que empiece la gran fiesta del hogar todo el mundo parece haberse convertido en gente «sin techo». Es el triunfo supremo de la civilización industrial, que ha conseguido que, en aquellas enormes ciudades donde parece que hay demasiadas casas, exista una desesperada escasez de alojamiento. Durante mucho tiempo muchos de nuestros pobres se han convertido al nomadismo. Admitimos el hecho porque hablamos de algunos de ellos como si fueran vagabundos sin techo. Pero esta institución de carácter doméstico, en la actualidad no exenta de ironía, ha ido más allá de su normal anormalidad. La fiesta de la familia convierte en vagabundos tanto a los ricos como a los pobres. Se encuentran tan aislados dentro del desconcertante laberinto que genera nuestro tráfico y nuestro comercio, que en ocasiones no pueden llegar a la tetería; porque desde luego sería poco delicado decir a la taberna. Tienen dificultad para hacinarse en sus hoteles así como para separarse y llegar a sus hogares. Lo que quiero decir, y no pretendo en modo alguno ser irreverente, es que su única semejanza con la familia arquetípica de la Navidad es que esta gente no encuentra habitación para ellos en una taberna. La Navidad de nuestros días se ha construido sobre una bonita y bien calculada paradoja: la de que el nacimiento de un «sin techo» es celebrado en cada uno de los hogares. Pero hay otra clase de paradoja que no está tan calculada y que desde luego no tiene nada de bonita. Es bastante malo que no podamos desentrañar por completo la tragedia que supone la pobreza. Y también que el nacimiento de un hombre sin techo, celebrado ante la chimenea y ante el altar, debiera sincronizarse a veces con la muerte de los sin techo de los centros de acogida y los barrios bajos. Pero no necesitamos regocijarnos en esta inquietud de carácter universal que afecta a ricos y a pobres por igual; me parece que es justo aquí donde necesitamos reformar la Navidad moderna. Añadiré ahora otro brillante destello a esa paradoja destacando el hecho de que la Navidad se celebra en invierno. Esto quiere decir que no sólo se trata de una fiesta dedicada a la intimidad del hogar, sino que se desarrolla bajo unas condiciones en las que resulta mucho más incómodo ir de acá para allá que quedarse en casa. Bajo las Página 263

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