Porque soy catolico

E I Disculpa de payaso n una ocasión escribí con rubor en el Mercury para reconocer una amable crítica en la que el autor se preguntaba si mi labor periodística formaba parte de mi autobiografía literaria. Muy embarazado, traté de agradecer la crítica y el cumplido. Pero mi sonrojo ha desaparecido y también mi sentido de la decencia. Por el contrario, me presento ahora con el descarado propósito de ser, no sólo autobiográfico, sino grotescamente egocéntrico. Dejándome llevar por una flagrante contradicción, incluso llego a usar mi condición de egocéntrico para rechazar la acusación de egocentrismo. Y en una falta de lógica todavía más grave, proclamo que soy egocéntrico en interés de otras personas. Es una contradicción terminológica; y como sucede con las matemáticas más complejas, con la moralidad, con la religión y con otras materias en las que ahora todo se mueve en medio de una contradicción terminológica, trataré de avanzar con irresistible calma. Y voy a hacerlo así porque no puedo imaginar ninguna otra forma de atraer la atención hacia un problema de la literatura, especialmente de la literatura popular (si me atrevo a utilizar esta otra contradicción) que no sea la particular línea de argumentación que encierra, inevitablemente, la mención de mi propio caso y de otros que, esperemos, resulten más divertidos. Suele afirmarse que los escritores encajan las críticas más suaves como si fueran acusaciones personales, considerándolas, muy en serio, como auténticas calumnias. Sin dejarme llevar por la afectación, considero que mi caso es bastante distinto, y hasta diría que totalmente opuesto. Me sorprendo al comprobar que considero muy justas la mayoría de las críticas que se me han hecho. Supongo que lo que no logro entender muy bien es la importancia que tienen las cosas tan acertadamente reprobadas. Por ejemplo, un simpático lector dijo que yo solía caer demasiado en la aliteración; y citaba al señor T. S. Elio t [1] diciendo que semejante estilo literario le sacaba de quicio hasta el punto de hacérsele insoportable. Otro escritor americano, el señor Cuthbert Wright, creo que hizo también una crítica similar de mi inglés. Para ser totalmente sincero y justo creo que es del todo cierto que utilizo mucho la aliteración. En lo único en lo que probablemente discrepemos estos caballeros y yo es en la cuestión del grado; un tema que tiene que ver con la importancia o necesidad de evitar dicha aliteración, porque yo mantengo firmemente que todo radica en la necesidad de evitarla. Si un escritor inglés no logra hacerlo caerá continuamente en ella al hablar o escribir rápidamente, por el mero flujo natural del discurso. Quizás sea por eso por lo que la poesía anglosajona, hasta en Piers Plowma n [2] (de cuya lectura disfruto mucho) fue una completa aliteración. En cualquier caso, la tendencia Página 268

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