Porque soy catolico
Decir que con eso Bailey abrió los ojos describiría mínimamente su sorpresa. Decir que eso casi le causó la muerte exageraría la descripción. Quizás se me permita abrir los ojos por un momento a esos modelos literarios que me recomiendan; pero pronto los cerraré de nuevo para caer en un saludable sueño. Y cuando ese crítico tan refinado asegure que mi forma de escribir estuvo a punto de causarle la muerte, tendré que pensar que ha sobrevalorado el poder que tengo sobre la vida y la muerte. Pero he empezado con este ejemplo personal de aliteración porque una cuestión así no es tan sencilla como parece; y la respuesta tiene que ver con cosas mucho más importantes que las costumbres que pueda tener mi comentarista. La aliteración es un ejemplo de algo que resulta más fácil de condenar en la teoría que en la práctica. Existen, por supuesto, muchos ejemplos famosos en los que una repetición de sonidos exagerada queda muy mal. Y sin embargo, esos son precisamente los ejemplos más difíciles de corregir. Byron (ejemplo espléndido de escritor que no se molestaba en evitar nada) no dudó en decir de su héroe, en la batalla de Quatre Bras, que «corrió al campo de batalla y fue el primero en caer luchando» [6] . La frase resulta tan definitiva que bien podemos suponer que con ella trató de d esc ribir el fin de la vida y de las aventuras de Meter Piper. Pero yo reto a cualquiera a que altere una sola palabra del verso para mejorarlo, o para darle más sentido. Byron empleaba esas palabras porque eran las correctas; y si usted quiere modificarlas empleará términos que quedarán mal. Esto es lo que sucede con la aliteración más a menudo de lo que la gente imagina. No creo pecar de exaltado al afirmar que, en este caso concreto, estoy de acuerdo con Byron. Pero no es sólo su caso; Coleridge, persona culta, podía lanzarse a todo trapo por similar camino, sin pararse siquiera para respirar un momento [7] : Sopló la delicada brisa voló la blanca espuma el surco siguió libre. [8] Y no veo que pudiera decirlo de otra manera. N o cr eo tampoco que nadie pueda alterar esos versos para evitar la aliteración. Detrás de todo esto hay un problema que también se puede apreciar con otro ejemplo que tiene que ver con los juegos de palabras. Estoy al tanto de todos los juicios que se emiten sobre el asunto, serios como sentencias legales. Conozco la historia de lo que dijo el doctor Johnson: «El hombre que hace un juego de palabras está robando algo a alguien» (The man who would make a pun would pick a pocket). ¡Qué desgracia que el genial lexicógrafo y eximio guardián de nuestra lengua, al querer librarse de todo tipo de juegos de palabras, cayera en el vergonzoso fango de Página 270
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