Porque soy catolico
No pueden limitarse a criticar una doctrina. Deben denostar el dogma. Nunca caerán tan bajo como para hacer un juego de palabras positivo acerca de él, como podría hacerlo algún pobre payaso papista como Erasmo o Crashaw. No dicen de los dominicos, por ejemplo, «los perros del Señor siempre fueron dogmáticos» [14] , pero sí que se sienten afectados por una vaga asociación verbal entre un dogma y un perro [15] maniático. Es el sonido accidental de esa palabra el que hace que l a use n tan incesantemente y tan monótonamente, prefiriéndola hasta el abuso antes que cual quier otro sinónimo. Al leer el final del involuntariamente hostil boceto que hizo Stevenson de los trapenses en los Viajes en burro [16] , se diría que estaba inconscientemente influenciado por la idea de que los trapenses están metidos en una trampa. Y cuando al fin los abandona grita como algui en q ue se ha escapado, que agradece al cielo ser libre para tener esperanzas, pasear y amar. La lógica de esta frase indicaría que alguien había estado tratando de capturarlo; lo cual hubiera sorprendido en grado sumo a los monjes. Parece olvidarse de que ellos también eran libres de deambular, amar y hacer cualquier cosa que desearan, incluyendo recluirse en un monasterio, y que habían ido al monasterio exactamente como él había ido a las montañas. Supongamos que algún burgués de Balham, contemplando al vagabundo en las Cevennes hubiera dicho: «Gracias a Dios que soy libre para comer adecuadamente, sentarme en un sillón y dormir en una cama». Stevenson podría haberle contestado que él también era libre para hacer esas cosas, pero prefería hacer otras. Pero nunca vio el paralelismo que existe entre el viaje a la montaña y el viaje al monasterio. El terror de las viejas palabras y las asociaciones de ideas tradicionales lo ahogaba como una pesadilla de su infancia. Y yo creo que interiormente tembló ante el terrible juego de palabras de La Trapa. [17] Yo prefiero la frivolidad que aflora a la superficie como la espuma a la frivolidad que se oculta bajo la superficie como el cien o. Lanzar a un enemigo un tonto juego de palabras no le causará ninguna grave injusticia; los fuegos artificiales son evidentemente fuegos artificiales y no fuegos del infierno. Quien hace esto puede estar actuando para la galería, pero incluso la galería sabe que sólo se trata de una actuación. Sin embargo, asociar siempre a un enemigo con ciertas palabras malsonantes y nunca con los sinónimos que sonarían mejor es, en verdad, una forma de envenenar nuestras mentes. Y esto le sucede a quien se deja llevar subconscientemente por el sonido de las palabras, sin darse cuenta de que la propia asonancia es sólo un juego. Debe llamar bolchevique a un socialista porque la palabra bolchevique le recuerda vagamente algo revoltoso. [18] Debe describir al liberal como radical, porque hay un sonido duro en rad que nos remite a cad. [19] Es un sonido que está presente en muchos nombres que los ingl eses utilizan para referirse a los extranjeros, desde la época en que comenzamos a llamar rappa rees a los insurgentes irlandeses. La misma época en que, con menos convicción, nos pusimos a hablar de los yanquis. No es objeto de este ensayo tratar de la crítica a estos forasteros, pero el hecho es que si un hombre puede decir de un yanqui cosas que no se animaría a decir Página 273
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