Porque soy catolico

gente, al oír esas frivolidades, dirá que el señor Bernard Shaw es egoísta. El propio Bernard Shaw afirmaría enfática y violentamente que él es egoísta; pero yo afirmo, también enfática y violentamente, que no lo es. Quizá la forma de llevar a cabo con mayor eficacia el público y necesario deber de disgustar a Shaw sea diciendo (como lo digo) que en esta materia es heredero inconsciente de una tradición de humildad cristiana. El fraile predicador utiliza en su sermón un lenguaje popular y el misionero lo salpica con anécdotas y bromas, porque están pensando en la misión que deben cumplir y no en sí mismos. No es relevante que Shaw comience tan a menudo sus frases con el pronombre personal yo. El Credo de los apóstoles arranca con el mismo pronombre, pero nos remite a nombres y nociones de mucha más importancia. En su sátira del modernismo, el padre Knox [23] ha fustigado la vacua cortesía difusa del estilo de Oxford, que «moderando el celo piadoso/cambió “yo creo” por “uno siente”». Tengo mucho que agradecer a esa cortesía, tanto en la conversación como en la crítica, pero también debo hacer justicia al tipo más dogmático de persona, cuando siento que ha acertado. Por eso diré enfáticamente que es el autor que dice «uno siente» el que es realmente egoísta y el autor que dice «yo creo» el que no lo es. Todos conocemos lo que se entiende por un ensayo verdaderamente bello y que, por lo general, está escrito con el delicado tono de quien dice «uno realmente siente». Soy muy consciente de que mis artículos son simplemente artículos, y no ensayos. El ensayo suele estar escrito en un estilo lleno de gracia y equilibrio que no sé si podría imitar; aun así, lo intentaré. Casi siempre aborda experiencias poco provocativas de un modo no comprometido; y suele comenzar con algo parecido a… En mi jardín, el estanque refleja, durante el transcurso de la mañana, una aprehensión del movimiento del aire que apenas puede ser llamada onda, vaivén que empaña tan poco su brillo que parece más bien el vacío en movimiento. Al menos no hay nada que manche la brillante negación del agua; ninguno de esos dorados peces suburbanos que parecen zanahorias y que husmean su cola en un círculo de frustración, para darle a algún jardinero enfurruñado motivos para gritar: «¡Apestoso pez!». La mente se deja llevar entonces sobre la fugitiva curva del viento en el agua; el movimiento es menos sólido que cualquier cosa que pudiéramos llamar líquida; el suave humo de mi cigarrillo Virginia no se eleva con más levedad hacia el cielo. Ni lo hace menos inadecuadamente; necesita esta especie de refugio de patriarcal amabilidad para acentuar con agudeza el sabor del tabaco suave, tal vez el único atributo de la pelirroja amante de Raleigh, correctamente llamado «virginal». Creo que podré aprender este estilo algún día, aunque no mediante un curso por correspondencia; la verdad es que estoy demasiado ocupado. Confieso que las cosas que me ocupan son importantes; pero estoy dispuesto a negar que lo que creo importante sea yo mismo. Para hacer justicia, además de a mi persona, a Shaw, Belloc, Mencken y muchos otros hombres de nuestro oficio, me siento inclinado a protestar porque el otro método literario, el de «uno realmente siente», es, en verdad, mucho más arrogante que el nuestro. Un personaje de una comedia de Shaw señala que decir artista es decir polemista. Quizás el señor Shaw es demasiado polemista Página 275

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