Porque soy catolico

realidad no quise decir, por supuesto, que el ensayista sea un egoísta en un sentido personal. Nadie en el mundo obtiene tan gran provecho como el que yo saco de buenos ensayos como los de Max Beerbohm [25] , E. V. Lucas [26] o el señor Robert Lynd. [27] Sólo pido, con toda seriedad, que, a la vez que defienden su propio estilo, entiendan nuestro modo de afirmarnos. Y les pido que crean que cuando tratamos de hacer nuestros sermones y discursos más o m enos entretenido s, es por la muy simple y has ta m odesta razón de que no vemos cómo la audiencia podría escucharnos de otra manera. Nuestra forma de expresarnos está condicionada por el propósito de cumplir con lo que algunos imaginan que debe ser la función del discurso: algo dicho por alguien para ser escuchado por otras personas. Tiene necesariamente todos los vicios y vulgaridades que acompañan a un discurso que es verdaderamente un discurso, y no un soliloquio. He llegado a la conclusión de que este último punto es demasiado sencillo para ser entendido. Algunas de las cosas más simples de la historia humana resultan ahora completamente invisibles para mentes que se han acostumbrado a la subdivisión y la especialización. De tal modo que la idea del voto o de la promesa no se discute ni se niega; es simplemente ignorada por personas que no saben que existe. Ocurre también con el gesto del sacrificio, sin el cual un hombre es apenas humano; y sucede igualmente con el gesto del orador o el cantante que se dirige directamente al público. Encontré un ejemplo de esta confusión al tratar de señalarla en un artículo en el Mercury titulado «El verdadero juicio a las camarillas». Un crítico del American Bookman concluyó enseguida que se trataba de una vieja y convencional acusación. Se le metió en la cabeza que simplemente estaba vilipendiando a los seguidores acérrimos, los «hinchas», y me contestó que Aristófanes y Eurípides tenían sus fans y sus partidarios como cualquier otro. Me parece que la crítica norteamericana, lejos de ser austera, cruda, es más bien demasiado tradicional. Tiene la manía, curiosamente conservadora, de poner etiquetas a las cosas como se hace con los objetos en los museos; de hecho encontré en el mismo número de la revista un artículo muy victoriano titulado «Ciencia y religión», en el que esas dos grandes fuerzas eran estudiadas en las figuras representativas de Charles Darwin y el señor Moody. [28] Mucho se ha escrito de la ciencia y la religión; pero no debería sentirme sobrepasado por el empuje de un nuevo mundo que nunca ha tenido en cuenta una ciencia posterior a Darwin o una religión mejor que la de Moody y Sa nkey . [29] Muchas cosas se han escrito acerca de las banderías y los clanes literarios: pero yo no escribí en contra de ellos, ni siquiera escribí acerca de esos temas. Lo que estaba tratando de explicar, me temo que más bien torpemente, es que hoy hay un peli gro nuevo en las camarillas, porque no son simplemente camarillas: han asumido el carácter de intérpretes por hipótesis, intérpretes de algo ininteligible; y su existencia alienta a los artistas a volverse ininteligibles cuando su única función consiste en ser inteligibles. El artista es más y no menos inteligible que los demás hombres; son los sentimientos de las masas los que resultan relativamente incomprensibles, hasta para Página 277

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