Porque soy catolico

ellos mismos. Seguro que Aristófanes tenía sus seguidores, y en este sentido su camarilla. Pero tengo serias dudas de que su audiencia necesitara alguien que le explicara que cuando el muerto dice «pueda yo volver a la vida si lo quiero», se trata de una broma que parodia la frase «pueda yo morir si lo quiero». En otras palabras, los chistes de Aristófanes, igual que las bromas de Bernard Shaw, eran buenos chistes, pero eran bromas; no representaban un nuevo y secreto sentido del humor que sólo una cierta escuela de críticos pueda entender. Por eso las payasadas de Bernard Shaw son como las de Aristófanes; o si nos resulta difícil imaginarnos la atmósfera de la época de Aristófanes, comparten el elemento de obviedad que es también evidente en los mejores chistes de Moliére o de Dickens. La disculpa de los payasos es que las bromas tienen que ser obvias. Podríamos decir que no existen verdaderas bromas a menos que sean evidentes. Hay, por supuesto, condiciones especiales para la especie que llamamos ironía, en la cual el chiste es que hay alguien que no lo percibe como tal. Pero incluso en este caso está claro que esa persona no es la audiencia. Y si lo es, la ironía no ha funcionado. En cualquier caso aquí hay una broma que aparentemente los críticos no pueden ver; una broma que también participa de la tragedia. Debajo de toda esta cultura conspirativa hay una fantástica noción de nuevas y opuestas psicologías, incomunicables o, al menos, carentes de comunicación entre ellas, que rompe la hermandad de la común mente humana. De la misma forma que el señor Wells imaginó que el hombre evolucionaba hacia dos especies animales, quieren que imaginemos que la mente se fragmenta en especies distintas. Un payaso puede hacer chistes malos; incluso yo, que soy un humorista de muy poca categoría para ser mencionado junto al señor Shaw o Aristófanes, suelto con regularidad y como cosa habitual infinidad de chistes malos. Lo hago por razones que tienen que ver con los deberes de la demagogia, y no es esto lo que estoy defendiendo aquí, sino algo mucho más importante. El payaso puede hacer chistes malos; pero es una cosa totalmente distinta que alguien haga un chiste y el que lo oye no se entere de que es un chiste. Uno puede pensar que su chiste es bueno y el otro que es malo; eso es natural y siempre ha sido así. En el caso arriba mencionado, mi crítico y yo podemos estar de acuerdo en que es un chiste malo. Pero si la aberración y el misterio se cultivan hasta tal punto que el chiste de una escuela no es un chiste sino una adivinanza para otra, estamos en presencia de un cisma más peligroso que todos los del pasado. Estamos permitiendo que el gusto divida a los hombres de una manera que nunca lo habían hecho las religiones o las revoluciones de este mundo. En otras épocas existían ejemplos más nobles de esta relación entre el creador y la humanidad. El orador podía hacer que la multitud se sintiera como un ejército de héroes; el profeta o el predicador podían aislar cada alma de una muchedumbre y hacer que se sintiera inmortal. En cambio, hoy en día, para pronunciar un discurso es necesario hablar como si estuvieras pronunciando el discurso de un banquete, como si Página 278

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