Porque soy catolico

En cualquier caso —naturalmente, la enfermedad moral ha sobrevivido al error científico— la gente que se refería de semejante forma a caballos caníbales y ostras competidoras y agresivas no entendía la tesis de Darwin. Si los biólogos posteriores la han condenado, hemos de convenir que no debe ser condenada sin ser entendida. Es lo justo, ya que ha sido tan ampliamente aprobada sin que se comprendiera. Lo que Darwin pretendía demostrar no era que un pájaro con el pico más largo — permítasenos el ejemplo— se lo clavara a pájaros que lo tenían más corto, utilizando la misma ventaja que tiene el duelista que usa la espada más larga. Su teoría venía a decir que el pico más largo le permitía alcanzar a los gusanos en el fondo de un agujero más profundo; que los pájaros que no podían hacer tal cosa acabarían extinguiéndose, quedando sobre la tierra sólo la especie de pájaros de pico largo. El darwinismo sugería que, tras muy largos periodos evolutivos, así podría explicarse la diferencia entre un gorrión y una cigüeña. La cuestión es que los más aptos no necesitaban luchar contra los menos aptos. El superviviente se limitaba a sobrevivir cuando los otros no podían hacerlo. Sobrevivió porque solamente él tenía las características y los órganos necesarios para la subsistencia. En definitiva, cualquiera que sea la verdad sobre el mamut o el mono, ésta es la verdad sobre la supervivencia de la religión en el momento actual: ha sobrevivido porque ninguna otra cosa pudo sobrevivir. La religión ha vuelto porque las diversas formas de escepticismo que intentaron ocupar su lugar y hacer su tarea se han acabado haciendo tales líos que se han convertido en totalmente ineficaces. La cadena de causalidad de la que tanto les gustaba hablar parece haberse comportado como la proverbial cuerda; cuando la discusión moderna les dio suficiente soga, rápidamente la usaron para ahorcarse. Al final, no hay una sola forma de escepticismo o determinismo que no desemboque en una parálisis total a la hora de abordar la conducta práctica en la vida humana. Tomemos cualquiera de las tres ideas normales y necesarias de las que depende la civilización. Por ejemplo, empecemos por lo que diría un científico cualquiera del siglo XIX : «Al menos podemos tener sentido común, en el sentido de realidad común a todos; debemos tener una moral común, porque sin ella no podríamos constituir una comunidad. Un hombre debe obedecer la ley normal, la ley ordinaria, especialmente la ley moral». El escéptico más moderno, que es progresista y por lo tanto ha ido más lejos y se ha comportado peor, le responderá inmediatamente: «¿Por qué debería respetar el tabú de una tribu particular? ¿Por qué debería aceptar prejuicios que son el producto de un ciego instinto gregario? ¿Existe alguna autoridad respetable en la unanimidad de un rebaño de ovejas asustadas?». Imaginemos ahora que el hombre normal manejara el argumento más profundo: «No estoy aterrorizado por la tribu; mantengo un juicio independiente, porque tengo una conciencia y una luz interior que juzga al mundo». El escéptico le contestaría: «Si la luz que hay en tu cuerpo fuera más bien oscuridad, y lo es porque está Página 305

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