Porque soy catolico
solamente en tu cuerpo, ¿qué son en realidad tus juicios, sino la parcialidad y el retorcimiento propios de la particular herencia de tu entorno, que es accidental?». Sin duda, la persona normal se irritaría y contestaría con brusquedad: «Por lo menos supongo que somos hombres de ciencia, que podemos recurrir a ella y siempre nos responderá». El escéptico, si tiene sentido del humor, le replicará: «Precisamente, sir Arthur Eddington es científico, y le diría que la ciencia no puede destruir la religión, pues ni siquiera está en condiciones de defender la tabla de multiplicar. Sir Bertram Windle era científico y le diría que la mente científica se encuentra completamente satisfecha en la Iglesia católica Romana. Y hay más, sir Oliver Lodge también era un hombre de ciencia, y mediante métodos puramente experimentales alcanzó una sólida creencia en los espíritus. Por no mencionar al cristalógrafo de Cambridge que escribió en el Spectator esta lúcida frase: “Sabemos que la mayor parte de lo que sabemos es falso”. ¿Esto le ayuda, aunque sea un poco, a sentar las bases de su sociedad cuerda y sólida?». Ultimamente hemos asistido al mayor y más dramático éxodo de grandes científicos que han abandonado el campo del materialismo. Creo que fue Eddington quien dijo que el universo se parece más a un gran pensamiento que a una gran maquinaria. Célebre es la declaración del doctor Whitney, según la cual no existe otra descripción racional del último principio cósmico que la voluntad de Dios. Pero lo que nos ha dejado finalmente frente a frente con la religión de nuestros padres ha sido la muerte de las otras ideas. Lo que se llamó librepensamiento ha terminado por amenazar todo lo que es libre. Niega la libertad personal al negar la libre voluntad y la capacidad de elección del hombre. Amenaza la libertad ciudadana con una plaga de supercherías higiénicas y psicológicas, al difundir por todo el paneta una ola de insensatez pseudocientífica como nunca se había visto en la historia. Está a punto de abolir la libertad religiosa en nombre de una bárbara panacea, como es el crudo y analfabeto credo de Rusia. Es muy capaz de imponer resignación y silencio desde fuera, y no hay duda de que impone el silencio y la resignación desde dentro. Toda esta tendencia, que comenzó teniendo una clara dirección y acabó a la deriva, se encamina ahora hacia otra forma de teoría según la cual el hombre no puede ayudarse ni corregirse a sí mismo, y sobre todo no puede liberarse a sí mismo. En todas sus novelas y en la mayor parte de sus artículos periodísticos, esta tendencia da por sentado que los hombres están definitivamente moldeados en ciertos tipos de anormalidad y debilidad. Están clasificados, pinchados como insectos en las vitrinas de un museo de la moralidad o la inmoralidad o, mejor, en esa suerte de amoralidad que es más pacata que la primera y más sucia que la segunda. En la práctica, vienen a decirnos que de la misma manera podríamos pedir a un fósil que se reformara, que sería como si le pidiéramos a un ave embalsamada que se arrepienta. Estamos muertos, y nuestro único consuelo es que, al menos, todos estamos clasificados. Página 306
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