Porque soy catolico
Para esta ideología, similar al pensamiento de la más negra de las herejías puritanas, hemos muerto antes de haber nacido. Es como el calvinismo sin Dios, algo así como el destino sin Alá. Los agnósticos se sentirán gratificados al saber que gracias a su energía y esfuerzos, a su perseverancia en las propias payasadas, el mundo se ha cansado finalmente, y se lo ha dicho. Hemos combatido muy poco contra ellos; nom nobis Domin e [47] , la Gloria de su derrota final les pertenece por entero. No hemos hecho, ni mucho menos, todo lo que hubiera sido posible y necesario para explicar el equilibrio de sutileza y cordura que implica una civilización cristiana. Por tanto, debemos dar las gracias a aquellos que nos han ayudado tan generosamente, dejándonos entrever lo que sería una civilización pagana. Lo que se ha perdido en esta sociedad no es tanto la religión como la razón; la luz del instinto intelectual que ha guiado a los hijos de los hombres. Un mundo en el que los hombres saben que la mayor parte de sus conocimientos probablemente son falsos no merece el digno título de escéptico, sino que es simplemente un mundo impotente y abyecto, que no ataca a nadie directamente, pero lo acepta todo sin confiar en nada. Hasta admite su propia incapacidad para atacar; su propia falta de autoridad para aceptar, e incluso duda de su propio derecho a dudar. Estamos agradecidos por este experimento, por esta demostración pública, que tanto nos ha enseñado. No imaginamos que los materialistas estuvieran tan completamente locos hasta que ellos mismos nos lo demostraron de forma palmaria. Nunca pudimos suponer que la mera negación de nuestros dogmas acabaría en una anarquía tan demencial y deshumanizada. Hubiera costado mucho tiempo y esfuerzo explicar al mundo que lo que se había desechado como teología medieval era muy a menudo mero sentido común. El propio término «sentido común» o communis sententia, era en sí mismo una concepción medieval. Pero el mundo tardó muy poco tiempo en entender que lo que decía la otra parte era el menos común de los sinsentidos. Negar que se pudieran crear los fundamentos de un sistema común era una pura insensatez. Veamos un solo ejemplo. La cuestión del matrimonio es ahora un problema de estado de ánimo. Sus enemigos no tuvieron paciencia para permanecer en una posición relativamente fuerte, esto es, sostener que no se podía demostrar que el matrimonio fuera un sacramento, y que algunas excepciones debían ser tratadas como tales, porque la institución era meramente social. No fueron capaces de conformarse con decir que no es un sacramento, sino un contrato, y que una acción legal excepcional puede romper un contrato, incluido el contrato llamado matrimonio. Pusieron sobre la mesa objeciones que serían igualmente fútiles y fáciles de hacer a cualquier contrato. Dijeron que un hombre no permanece en el mismo estado de ánimo durante diez minutos seguidos y no se le puede pedir que admire en una aurora rojiza lo que admiró en un atardecer ocre. Insistieron en que nadie puede asegurar que va a ser la misma persona el próximo mes, ni siquiera el próximo minuto, y que no lo Página 307
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