Porque soy catolico
cosas muy práctico y hasta inevitable, dentro de ciertas condiciones dadas. Los de la retaguardia seguirán gritando «¡adelante!», y sólo los muy adelantados gritarán «¡atrás!» cuando la vanguardia del ejército haya llegado al borde de un precipicio. Sostengo, en definitiva, que son los intelectuales —expresión que uso a falta de un término más intelectual— los que ahora han descubierto repentinamente los peligros de la novedad por la novedad, de la simple anarquía, de la negación por la negación. No ocurre con todos los intelectuales, claro, y menos con los que modestamente se dieron ese nombre a mediados del siglo XIX . Porque aquéllos, por el irónico desarrollo de su propio argumento favorito, ahora son viejos, venerables, establecidos y respetados y, por consiguiente, carecen de importancia. Hombres como Bertrand Russell o H. G. Wells han sido dejados atrás por el avance y como consecuencia de ello siguen bajo la ilusión de que todavía se avanza. El particular estado de ánimo al que me refiero —que hoy por hoy no es necesariamente un estado de ánimo agradable— es característico de un sector de los intelectuales más jóvenes. Si tomamos cualquier típica poesía contemporánea de estilo sensitivo y crítico, por ejemplo los poemas del señor Osbert Sitwell, resulta del todo evidente que no se rebelan propiamente contra el siglo XIX , a pesar de que la teoría progresista está ligada al siglo XIX . Se han rebelado contra el siglo XX , y, en potencia, todavía más contra el siglo XXI . Pero lo que importa es que, precisamente porque son tan modernos, se han levantado contra el modernismo. Esto ocurre porque han visto con sus propios ojos todos los nuevos trucos, se han percatado antes que nadie de que el repertorio de trucos pronto se acabará. Humbert Wolfe [50] puede tener buenas razones para comenzar cada línea con una letra minúscula; ci ertam ente en ese detalle es más clásico que revolucionario, porque los viejos textos latinos no distinguían entre mayúsculas y minúsculas. Pero es demasiado inteligente para no ver que los que pretenden ser progresistas porque abandonan las letras mayúsculas, sólo pueden ser más progresistas abandonando todas las minúsculas. Este tipo de reforma destructiva conducirá a la página en blanco. El señor Sitwell puede creer que acierta al vincular un adjetivo musical a un sustantivo visual o pictórico. Pero no se le debe escapar que si cientos de rugientes imitadores claman por el derecho de ligar cualquier adjetivo con cualquier sustantivo, desaparecerán los problemas de las normas de la literatura, porque la literatura habrá dejado de existir. Cada día vemos extenderse más y más, entre los más inteligentes representantes de las nuevas escuelas, esta curiosa especie de alarma que resulta prácticamente ininteligible para muchos miembros de la vieja escuela, especialmente los de aquella muy anticuada escuela que supone que los jóvenes tienen que ser necesariamente temerarios y revolucionarios. Fijémonos en el caso de dos de los escritores contemporáneos más agudos y personales, uno quizá más joven que el otro, al menos en moda y fama; uno americano y el otro inglés, además de heredero de un nombre ya famoso por un estilo muy británico. Me refiero al señor T. S. Eliot y al señor Aldous Huxley. Son muy distintos, es verdad, y representan a la perfección dos maneras diferentes de Página 313
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