Porque soy catolico

retroceder frente a los tumultos y vulgaridades del mundo llamado moderno. Eliot, que, como hijo de su época, se inició con desolados y accidentados intentos de verso libre, ha llegado a experimentar un fuerte recelo frente a cualquier tipo de libertad. Ha terminado por representar un refinamiento enclaustrado, alimentado por las virginales tradiciones de la vieja religión, que no solamente repudia la demagogia de hoy en día, sino incluso la democracia de ayer. Hay pasajes en la obra de Aldous Huxley que algunos calificarán de monacales, pero muy pocos se atreverían a llamar virginales. Y sin embargo es otro ejemplo de la misma reacción contra el vicio y la vulgaridad del momento. Cualquiera que haya leído su maravillosa descripción de Hollywood, a la que llama «la ciudad de la horrible alegría», la encontrará mucho más horrible que alegre. Es verdad que se lucha contra la licenciosa tendencia actual; pero se hace con una especie de tedio feroz. No es precisamente la clase de reacción que prefiero. Yo hubiera preferido una especie de rebelión popular contra las perversiones y pedanterías del vicio, que de hecho nunca han sido tendencias populares. Me hubiera gustado que el anticuado y tozudo pueblo llano, que todavía se aferra a la idea de que existe alguna relación entre él y sus bebés, se levantara y aplastara la cabeza de los inhumanos ladrones cuyo ideal es una especie de profético infanticidio. Me gustaría que una vociferante multitud de gente respetable —y la multitud es todavía respetable — quemara las casas donde el lujo adquiere su auténtico sentido latino de lujuria. Quisiera que la gente normal, que se alimenta con filetes y cerveza, hiciera la guerra a los maniáticos hipócritas que practican su vegetarianismo ingiriendo cócteles alcohólicos vegetales, menos saludables que el fruto de la vid. Preferiría que los intelectuales fueran vapuleados por los que podríamos llamar moralistas, pues las masas son todavía muy morales. Pero lo importante es que deben ser vapuleados, y si no es por los garrotes de las masas, al menos que lo sean por el florete de los más intelectuales entre los intelectuales. Dios sigue caminos misteriosos, y no desdeña los más extraños y humildes instrumentos. No debemos sentir vergüenza, si es necesario, por combatir junto a los cultos y los ingeniosos. También pudo tratarse de la pintoresca paradoja que supone la rebelión de los viejos contra los jóvenes. Pudo ser una sublevación de padres oprimidos que rompieron el yugo de obediencia servil impuesto por sus tiránicos hijos. Pudo tratarse del padre obcecado huyendo de la carbonera con su garrote primitivo, o la tía solterona emergiendo del dormitorio, atizador en ristre. El alegre espectáculo de la destrucción de los tocadiscos, los saxofones y los ukeleles, el derramarse de los licores, la rotura de los coches de carreras mostraría al público en general que, pese a todo, aún quedaba vida en los viejos carcamales. Pero lo cierto es que la reacción no parece haberla iniciado la furia del padre o del abuelo, sino más bien el disgusto del bisnieto, lentamente incubado, por la manifiesta idiotez del nieto. Página 314

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