Porque soy catolico

Las armas de la rebelión no son los garrotes del populacho, sino más bien algo que he comparado con un florete y, pensándolo bien, podría ser equiparado a una navaja. Algunos jóvenes de la escuela de Aldous Huxley tienen, ciertamente, un toque de pesimismo demasiado parecido a la navaja, a la vez símbolo de cierta elegancia e instrumento del suicidio. Y esto quizá es cierto, demasiado cierto, en un sentido más amplío todavía. Cuando los victorianos impedían a los niños jugar con navajas, sables o cualquier instrumento o incluso argumento por el estilo, los mayores solían usar una frase hecha que aquí resulta muy adecuada: «Si te vuelves tan agudo, te cortarás». Una parte de los más inteligentes miembros de la generación joven se ha vuelto muy aguda, y ha descubierto que corre peligro de hacerse daño. Hombres como el señor Huxley o el señor Eliot tienen el suficiente sentido común como para darse cuenta de que las medias verdades del escéptico no son solamente hojas afiladas, sino también hojas de doble filo. Cortan el racionalismo por su base de la misma manera que seccionan la base de la religión; pueden ser usadas para herir a la democracia y también al despotismo, y en última instancia pueden inocular en las mentes dudas sobre la duda misma. El joven inteligente percibirá cada vez de forma más clara que se ha vuelto lo suficientemente afilado como para hacerse daño. Y si no busca más allá del escepticismo, se volverá lo bastante escéptico como para acabar cortándose el cuello. ¿Por qué creo que esta pequeña minoría de cuidadosas y refinadísimas personas conseguirá algo? Respondo con un profundo suspiro: gracias a esa gran institución que llamamos esnobismo. En cuanto la masa descerebrada de los «jóvenes brillantes» descubra que la desprecian como a una muchedumbre de viejos aburridos (aunque solamente lo hagan los bien educados poetas menores), será presa del pánico. La mayoría de los inmorales nunca creyó en la inmoralidad, como no creyó en ninguna otra cosa. Jamás pensaron que el mal estaba bien, porque en realidad nunca pensaron nada. Se limitaron a creer en lo que se les contaba: que ser gente sin ley era la última palabra, «lo más de lo más» de la moda. En cuanto oigan que hay algo más moderno, más reciente que lo último, correrán tras eso, sea lo que sea, y se revolcarán en su fango, como eremitas del desierto a la manera de San Antonio. Si el último ídolo de moda es un ligeramente orgulloso joven, algo humorista, que considera todos sus vulgares y vacíos juegos como vieux jeux, y sólo se digna hablar de humanismo y de Santo Tomás de Aquino, se revolcarán, sumisos, ante él. Bien los conozco. Hacen el tonto, y lo hacen como las ovejas. Porque son ovejas sin pastor, y el pastor Pan ha muerto. Página 315

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