Porque soy catolico

Los hombres de la Edad Media soportaban terribles ayunos; pero ninguno de ellos hubiera propuesto seriamente que nadie, en ningún lugar, pudiera volver a beber vino. Por el contrario, la prohibición, que fue aceptada por una enorme y moderna civilización industrial, propuso seriamente que nadie jamás volviese a beber vino. Los maniáticos a los que les desagrada el tabaco desearían destruirlo por completo; dudo si ni siquiera lo aceptarían como medicina sedante. Algunos paganos y algunos santos cristianos han sido vegetarianos, pero nadie en el mundo antiguo hubiera predicado que los ganados y los rebaños debían desaparecer; mientras que temo que en la utopía del auténtico vegetariano los rebaños serían borrados de la faz de la tierra. El más pedante pacifista piensa de la misma manera de la guerra, aunque sea justa, y su desarme es tan universal como el servicio militar. Porque tanto el servicio militar como el desarme son nociones muy modernas. Y las ideas modernas de este tipo, no sólo son negativas, sino también nihilistas; siempre exigen la absoluta aniquilación o la prohibición total de una cosa u otra. Yo estoy inflexiblemente en contra de esta idea del señor Murry, que pretende mutilar nuestra cultura con una especie de locura de renunciamiento moral. Admito que un santo pueda cortarse una mano y entrar en el cielo, y lo tengo en mucha más alta estima que al resto de nosotros. Pero la petición de amputar las manos a todos los seres humanos, la visión de una humanidad sin manos como la próxima etapa en la evolución, después de que el mono perdiera su cola, me deja indiferente, por más que se me recomiende como un espléndido sacrificio colectivo. Esas cosas son una alegoría en más de un sentido. Podemos decir, por cierto, que la inhumana era industrial realmente abolió la mano, porque abolió las tareas manuales. Naturalmente, admito que los monjes tengan sus razones para afeitarse las cabezas y las monjas las suyas para cortarse el pelo; pero mi consejo para los hombres que permanecen al margen de estos éxtasis es que mantengan la calma y conserven el pelo. Que un hombre pueda abandonar sus lujos es una cosa; que la humanidad deba abandonar su libertad para poder enfrentarse con el problema del lujo es algo totalmente distinto. Cualquiera puede convertirse en pobre voluntariamente; pero es una cosa muy diferente empobrecer a toda una cultura. Podré estar de acuerdo o no en ser abstemio, pero tengo la absoluta certeza de que la humanidad no mejorará dejando de beber vino. Creo que el señor Middleton Murry puede abandonar toda propiedad privada movido por un noble impulso, pero no creo ni por un momento que la humanidad sería más feliz aboliéndola. Este tipo de destrucción avasalladora es lo que la ha vuelto infeliz. El mundo capitalista moderno que maldecimos al unísono nació, en realidad, de la idea de que había que cambiar por entero lo viejo por la promesa de un mundo nuevo. A propósito del ingente trabajo de acribillar las colinas inglesas con rieles o envolver los pueblos británicos en humo los hombres dijeron exactamente lo que el señor Murry nos dice ahora sobre la necesidad de sacrificar la antigua fe y la libertad y hacer desaparecer la pequeña propiedad por medio de impuestos. Dijeron, como él dice ahora, que era triste, que Página 333

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