Porque soy catolico
era duro, pero que se trataba de un sacrificio heroico; que no debíamos aferrarnos sentimentalmente al pasado, sino mirar a un futuro más brillante y más amplio. Pero el futuro más brillante fue la época del señor Carnegie y el señor Ford. El capitalismo nació de la incitación al nuevo realismo contra el antiguo romanticismo. La respuesta es que no es necesario que toda una sociedad abandone la belleza, como no es necesario que abandone la libertad. Si miramos con atención la historia, veremos que esas brutales renuncias sociales no han hecho más que daño. El frío cadáver del puritanismo se cierne como un íncubo sobre toda América, porque una generación febril pensó que el hombre debía decir adiós para siempre a los sacerdotes y a los actores, a los sacramentos y a los agasajos. En definitiva, se pidió a los hombres que sacrificaran cualquier cosa en nombre del calvinismo, como ahora se les pide que lo sacrifiquen todo en nombre del comunismo. Pero, a pesar de que el hombre puede sacrificar cualquier cosa, el hombre común no debe sacrificarlo todo. Los hombres deberían sacrificar sus libertades personales solamente para restaurar la libertad. Y es una gran ironía que mientras el comunista culto —dicho sea con todo respeto hacia él— se dedica a desgarrar las vestiduras de los demás y a arrojar ceniza sobre la cabeza de otras personas, lejos, en muchos lugares tranquilos, en las colinas de Lanark o en lo más profundo de los bosques de hayas de mi Buckingham, los sacerdotes y los frailes que han renunciado a su propiedad privada reconstruyen humildemente las familias y las granjas del distributismo. Página 334
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