Porque soy catolico
E XIV Niños y distributismo spero que pensar que no soy excepcionalmente arrogante no sea signo de arrogancia soterrada; o que si lo fuere, mi religión me impida estar satisfecho de mi orgullo. Lo cierto es que existe una terrible tentación de regodearse en el orgullo intelectual para todos los que participan de esta filosofía, en medio de la confusión y el fárrago, y el caos de filosofías verborreicas y triviales que nos rodea hoy en día. Pese a ello, no hay muchas cosas que me muevan a algo parecido al desprecio personal. No siento ningún desprecio por el ateo, que es a menudo un hombre limitado, constreñido por su propia lógica a una simplificación muy triste. Tampoco desprecio al bolchevique, que es un hombre llevado por la misma simplificación negativa a una rebelión contra errores que son muy ciertos. Pero existe un tipo de hombre hacia el cual sí siento lo que sólo puedo calificar como desprecio. Y ése es el propagandista popular de lo que él —o ella— describe de forma absurda como control de la natalidad. Desprecio el control de la natalidad, en primer término, porque es una expresión débil, indecisa y cobarde, que se usa para disimular, y así conseguir el apoyo hasta de aquellos que en principio rechazarían lo que encierra su verdadero sentido. El proceso que estos curanderos recomiendan no controla, en realidad, ningún nacimiento, sólo garantiza que no va a haber ninguna natalidad que controlar. No pretenden, por ejemplo, determinar el sexo o hacer alguna selección al estilo de la pseudociencia que llaman «eugenesia». La gente normal produce nacimientos; y esta clase de personas sólo puede impedirlos. Ellos saben perfectamente que deberían escribir «prohibición de la natalidad» allí donde escriben la hipócrita frase «control de la natalidad». Pero saben tan bien como yo que la frase «prohibición de la natalidad» causaría escalofríos en el mismo instante en que fuera puesta en titulares de prensa, proferida desde tribunas o distribuida en anuncios, como se hace con cualquier otra medicina de curanderos. No se atreven a llamarla por su nombre porque su nombre verdadero es mala propaganda. Por eso usan una frase convencional y sin significado, capaz de presentar su curanderismo como algo inocuo. Desprecio el control de la natalidad, en segundo lugar, porque es una propuesta débil, indecisa y cobarde. No es ni siquiera un paso en el farragoso camino que ellos llaman eugenesia; sino negarse de plano a dar el primer y más obvio paso en el camino que conduce a la eugenesia. Cuando se acepta que su filosofía es correcta y se tiene claro el camino que ha de seguirse, su curso de acción es evidente, pero ellos se niegan a seguirlo y ni siquiera se animan a confesarlo. Si lo que la cristiandad ha considerado moral no tiene Página 344
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