Porque soy catolico
sentido, porque sus orígenes son místicos, entonces deberían sentirse libres de ignorar toda diferencia entre los hombres y los animales, y consecuentemente tratar a los hombres como animales. No necesitan andarse con rodeos, darle vueltas al rancio y tímido compromiso llamado control de la natalidad. Nadie lo aplicaría a un gato. El camino obvio para los partidarios de la eugenesia es actuar con los bebés como actuarían con los gatos. Permitan que lleguen al mundo todos los bebes, para después ahogar a los que no nos gustan. No veo ninguna objeción a esto que no sea la argumentación moral o mística con que nos hemos opuesto al control de la natalidad. Tal comportamiento sería propia y razonablemente euge-nésico, porque podríamos seleccionar a los mejores, o al menos los más saludables, y sacrificar a aquellos a los que se llama «inadaptados». Con el débil compromiso implícito en la prevención de la natalidad estamos, muy probablemente, sacrificando a los adaptados para producir únicamente inadaptados. Los nacimientos que impedimos pueden ser los de los mejores y más hermosos niños; los que permitimos, los de los más débiles o los peores. Y esto es probable porque este hábito del control de la natalidad desalienta la paternidad precoz, la de la gente joven y vigorosa, permitiéndoles dejar la experiencia para años posteriores, principalmente por motivos económicos. Hasta que no vea aparecer un verdadero líder, un pionero progresista que proponga un programa científico bueno y audaz para ahogar a los bebés, no me uniré al movimiento. Hay una tercera razón para mi desprecio, mucho más profunda y por lo tanto mucho más difícil de explicar, en la que están enraizadas todas mis razones para ser lo que soy o intento ser, y, sobre todo, para ser distributista. Quizás la mejor manera de explicarla sea diciendo que mi desprecio se dispara hasta convertirse en tendencia a la mala conducta cuando oigo la sugerencia, muy extendida, de que se impiden los nacimientos porque la gente desea estar libre para ir al cine o comprar un tocadiscos o una radio. Lo que me hace desear pisotear a esas gentes como si fueran felpudos es que usen la palabra «libre», cuando con cada uno de esos actos se encadenan al más servil y mecánico sistema que haya sido tolerado por los hombres. El cine es una máquina para proyectar formas llamadas imágenes, que transmiten la noción que los más vulgares millonarios tienen sobre el gusto de las más burdas multitudes. El tocadiscos es una máquina que sirve para reproducir el tipo de melodías que ciertos comercios y otras entidades deciden vender. La radio es mejor; pero tampoco se salva de lo que marca la modernidad de los otros instrumentos: la impotencia de los que reciben sus mensajes. El aficionado no puede desafiar al actor, el dueño de la casa gritará inútilmente frente al tocadiscos, la turba no puede apedrear al moderno parlante, sobre todo porque es un altavoz. Los tres forman parte del mecanismo que suministra a los hombres lo que sus patrones piensan que deben recibir. Por el contrario, un niño es precisamente el signo y el sacramento de la libertad personal. Es una tierna voluntad libre que se añade a las demás voluntades del mundo; es algo que sus padres han decidido producir libremente y que libremente Página 345
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