Porque soy catolico
S XVIII En la neblina obre Dublín, la cúpula del cielo brillaba con la terrible claridad de un cristal ardiente, y tan resplandeciente hueco o rotura en los grises cielos de Irlanda era en sí misma un portento, con algún matiz de milagro. Pero a pesar de que era un fenómeno muy extraño para su clima, resultaba curiosamente representativo de la mentalidad de Dublín. Aunque casi desconocido en Irlanda, era un clima irlandés. Encajaba con la mentalidad irlandesa, brillante para la comunicación y acostumbrada a la continua mezcla de la lucidez y la ligereza. Y aún resultaba mucho más irlandés porque guardaba, como siempre sucede en verano, una leve amenaza de trueno. Era como si la luz fuera en realidad un relámpago que brillaba entre dos tormentas. Y yo, que amo a ambos países con mi mejor y mayor pasión, no pude evitar decirme a mí mismo: «Ésta es la verdadera luz de Dublín. Y cuando regrese a mi hogar, me encontraré en la niebla de Londres». No se puede describir la diferencia que hay entre ambas, pero ésa es su más cercana descripción. Hay más odio en Dublín, y sin embargo, hay un sentido más fuerte de la justicia. Hay todavía más calumnia en Dublín que en Londres, pero, en un extraño sentido, hay más verdad. Lo que hay en Londres no es tanto falsedad como falsificación; y no tanto falsificación como niebla. Después de una semana en Irlanda, las noticias políticas de los diarios ingleses me hicieron pensar en una gran atmósfera saturada de vapor y habitada por fantasmas. No tiene sentido calumniar u odiar a hombres, porque no son los mismos durante diez semanas seguidas, y nunca son el hombre real. Daré dos ejemplos, los dos hombres que resultaban ser las cabezas de los dos sistemas parlamentarios de ambos países en ese momento. No pondré el ejemplo de Jim Thoma s [79] , porque no se corresponde con la seriedad de este tema. Jim Thomas es un chiste, y siento decir que un chiste que actuaba en nuestra contra. No pertenece al mismo mundo histórico que De Valer a [80] , ni siquiera desde el punto de vista de aquellos que odian a De Valera, que probablemente abundan más en Irlanda que en Inglaterra. Sí me ocuparé, en cambio, de la figura relativamente digna del reverenciado líder del señor Thomas, para señalar, muy respetuosamente, que es un fantasma. Es una aparición, en realidad no está allí. Por lo menos la figura con la que se le identifica no está realmente en ese lugar. Los londinenses viven en una niebla de periodismo, de la que emerge de tiempo en tiempo una figura que adopta ciertas actitudes espectrales, y luego se desvanece en la niebla y es olvidada. No hace muchos años, vimos aparecer entre la niebla algo así como la pálida faz de un enemigo, la cara de un traidor. Se tambaleaba, harapiento. Era como si hubiera Página 357
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