Porque soy catolico
E VI Una nota sobre religiones comparadas l otro día un profesor me acompañaba a visitar las ruinas romanas de una antigua ciudad británica. Hizo un comentario que me pareció una sátira de otros profesores. Es hasta probable que se diera cuenta de la ironía, pero mantuvo su semblante grave; lo que no sabría decir es si se dio cuenta de que el verdadero objeto de su ironía era la mayor parte de la ciencia de la historia y la religión comparada. Yo había llamado su atención sobre un bajorrelieve o moldura que representaba el rostro del sol con su habitual corona de rayos, salvo que la cara inscrita en el disco, en vez de ostentar los rasgos juveniles de Apolo, era un rostro barbado, como el de Neptuno o Júpiter. «En efecto», asintió, no sin cierta compungida exactitud, «se supone que es la representación del dios solar local, Sul. Los expertos más competentes identifican a Sul con Minerva, pero se ha podido demostrar que dicha identificación es incompleta». He ahí lo que se dice una bella lítotes. Me sorprendió lo mucho que recuerda al gran número de comparaciones que he podido hallar en las llamadas religiones comparadas, sobre las que haré un comentario al final de estas notas. Muchos profesores que se dedican a la comparación me recuerdan a dicha identificación de Minerva con la Mujer Barbuda del señor Barnum . [15] De hecho, este ejemplo permite ilustrar la locura del mundo moderno mucho más elocuentemente que cualquier sátira. Hace mucho tiempo el señor Belloc inventó un catedrático imaginario que sostenía que, gracias a las más recientes investigaciones, se había podido demostrar que tal busto de Ariadna era en realidad una estatua de Sileno. Cuando los universitarios «identifican» las creencias católicas con diversos dogmas paganos, no digo que sus tesis carezcan de sustancia; me limito a observar, con docta reserva, que estamos ante una identificación incompleta. Los escépticos nunca nos brindan el beneficio de su escepticismo. Dicho de otro modo, no lo aplican a lo que debieran. El señor H. G. Wells, por ejemplo, ha llevado el suyo al extremo de mostrarse menos escéptico con la religión que con el pensamiento, y hasta de mostrarse escéptico con el escepticismo. Wells ha sugerido la idea de que ni siquiera existen categorías, que cada una de las cosas existentes es una sola en el sentido de que es absoluta su unicidad. Ha insinuado que cada una de las estrellas se distingue de las otras no sólo por su esplendor, sino en su misma cualidad estelar, o que cada farola se distingue de todas las otras, de tal suerte que ni siquiera podemos afirmar que en esta calle haya diez farolas. Pero incluso tras haber establecido que todas las clasificaciones son falsas, se las ingenia para utilizar lo que en puridad son clasificaciones espurias. A lo que más se parece su método es a la Página 36
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