Porque soy catolico
sólo puede ser personal. María y el converso es el más personal de los temas, porque la conversión es algo más personal y menos comunitario que la comunión, e implica la intervención de sentimientos individuales a modo de introducción a los sentimientos colectivos. Y también porque el culto a María es, en cierto sentido, un culto personal, alrededor del cual siempre debe existir la adoración a un Dios personal. Dios es Dios, el hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. La Madre de Dios está relacionada en un especial sentido con las cosas visibles, porque ella pertenece a esta tierra y Dios fue revelado a los sentidos humanos a través de su ser carnal. En la presencia de Dios debemos recordar todo lo que es invisible, incluso en el sentido de lo puramente intelectual; las abstracciones y las leyes absolutas del pensamiento: el amor a la verdad y el respeto por la razón recta y la lógica de las cosas, que Dios mismo ha respetado. Porque, como insiste en decir Santo Tomás de Aquino, Dios mismo no contradice el principio de no contradicción. Pero Nuestra Señora, al recordarnos especialmente al Dios encarnado, encarna de alguna manera todos esos elementos del corazón y de los instintos más elevados que son legítimos atajos en el camino hacia el amor de Dios. Por lo tanto, no es fácil, ni mucho menos, el manejo de esos sentimientos personales. Espero que no se me malinterprete si utilizo un ejemplo puramente personal, porque es precisamente este aspecto de la religión el que no puede ser impersonal. El hecho de que siempre haya tenido una curiosa nostalgia de esta particular tradición, aún viviendo en un mundo que la consideraba una leyenda, puede haber sido un accidente o un favor del cielo altamente inmerecido, pero es un hecho. No solamente fui seducido por esa idea cuando todavía estaba atascado en la etapa de escepticismo escolar, sino que fui afectado por ella mucho antes, incluso antes de haber compartido la religión de mi infancia, en la que la Madre de Dios no encontraba un lugar adecuado. Hace poco encontré fragmentos de una pésima imitación de Swinburne, garabateados con una horrible caligrafía. Creo que el escrito estaba dedicado a lo que por aquel entonces yo hubiera llamado fiel imagen de la Madonna. Y puedo recordar claramente haber recitado las líneas del Himno a Proserpina, contradiciendo deliberadamente la intención de Swinburne, dedicándoselas a la nueva Reina Cristiana de la vida, en lugar de a la ya caída reina pagana de la muerte: Pero yo retorno a ella todavía; habiendo visto que al final [prevalecerá; Diosa y doncella y reina, mantente cerca de mí ahora [y hazte amiga mía. Desde entonces tuve la inicialmente oscura y muy vaga, pero poco a poco cada vez más clara, idea de estar luchando por la defensa de todo lo que Constantino había Página 362
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