Porque soy catolico

establecido, de la misma manera que el pagano de Swinburne había defendido lo que aquél destruyó. Todavía resulta evidente que el mundo no converso, ya sea puritano o pagano, pero especialmente si es puritano, tiene una noción muy extraña de la unidad colectiva de los asuntos o los pensamientos católicos. Sus mayores representantes, aunque no sean encarnizados enemigos, nos ofrecen una curiosa lista de los elementos que ellos suponen que constituyen la vida católica; un extraño conjunto de objetos, como velas, rosarios, incienso… Siempre les impresiona fuertemente la enorme importancia y necesidad del incienso, las vestiduras, las ventanas ojivales. Y también se alteran por la presencia de toda suerte de cosas, esenciales o no, citadas en cualquier orden: los ayunos, las reliquias, las penitencias o hasta el Papa. Pero incluso en su atolondramiento testimonian una necesidad que no es tan insensata como sus intentos de satisfacerla: la necesidad de algo que resuma «todo ese tipo de cosas», que realmente describa el catolicismo. Por supuesto que puede ser descrito desde dentro, mediante la definición y desarrollo de sus primeros principios teológicos, pero ésa no es la necesidad de la que estoy hablando. Lo que quiero decir es que los hombres necesitan una imagen clara y bien perfilada, una imagen que les defina de forma instantánea lo que distingue al catolicismo de lo que dice ser cristiano o que, incluso, es cristiano en cierto sentido. Ahora apenas puedo recordar un tiempo en el que la imagen de Nuestra Señora no se alzase en mi mente de forma completamente definida al mencionar o pensar en todas estas cosas. Yo me sentía muy alejado de todas ellas y, posteriormente, tuve muchas dudas; más tarde disputé con todo el mundo, incluso conmigo mismo, por su culpa; porque ésa es una de las condiciones que se producen antes de la conversión. Pero tanto si esa imagen era muy lejana, o bien oscura y misteriosa, constituía un escándalo para mis contemporáneos, o un desafío para mí mismo. Nunca llegué a dudar de que esa figura era la figura de la fe, que ella encarnaba en un ser humano completo. Cuando recordaba a la Iglesia católica la recordaba a Ella. Cuando intentaba olvidar a la Iglesia católica era a Ella a quien intentaba olvidar. Y cuando, finalmente, logré ver lo que era más noble que mi destino, el más libre y fuerte de todos mis actos de libertad, fue frente a una pequeña y dorada imagen suya en el puerto de Brindisi, momento en el que prometí lo que habría de hacer si llegaba a regresar a mi país. Página 363

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