Porque soy catolico

P XXI Un siglo de emancipación ara conocer de verdad cómo anda el mundo, no es mal método tomar una frase o un titular de la prensa y darle la vuelta, sustituyéndola por su opuesta, para ver si así tiene sentido. Generalmente, resulta. En tal amasijo de convenciones gastadas se ha convertido nuestro periodismo cotidiano. Recientemente se dio un excelente ejemplo, relacionado con las perspectivas del catolicismo y el protestantismo. El editor del Sunday Express, en un tiempo conocido como un amistoso comentarista, vino a decir que no tenía ningún prejuicio contra los católicos o los anglo-católicos, que los respetaba profundamente, pero que Inglaterra (evidentemente incluido él mismo) era sólidamente protestante. He aquí un ejemplo muy preciso de lo que es exactamente contrario a la verdad. Tengo los más amistosos sentimientos hacia ese caballero, y sin la más mínima animadversión contra él digo que lo único que tiene de sincero, activo y vivo es su anticatolicismo, y ninguna otra cosa. Lo que está en marcha hoy en día en el mundo es el anticatolicismo, con exclusión de cualquier otra idea. Ciertamente no se trata del protestantismo, ni siquiera de pelagianismo. Si la religión de la Inglaterra moderna debe ser llamada protestantismo, al menos debe haber algún otro adjetivo que la pueda calificar más cabalmente. Sea lo que sea, no es ciertamente un sólido protestantismo. Quizás podría calificarse de protestantismo líquido. Esto marca el principal cambio del siglo transcurrido desde la emancipación católica. Las circunstancias políticas de la rendición final de los tories a la emancipación fueron, por supuesto, complejas. A algunos la emancipación les parecía una especie de monstruo híbrido creado por dos principios opuestos: la supervivencia de la antigua religión y las ideas de la Revolución francesa. Pero en este tipo de cosas hay, además de contradicciones, sutiles y complicadas armonías. De alguna manera, lo fundamental del enfrentamiento entre Roma y la Revolución francesa era bastante parecido a la reciente disputa entre Roma y los realistas franceses. Era la resistencia a un paganismo extremo, que había contado con no poca simpatía de algunos católicos antes de que la idea alcanzara sus últimas consecuencias. Hubo incontables clérigos liberales en los primeros momentos de la Reforma; Pío IX comenzó por ser lo opuesto a un reaccionario, y la atmósfera era tal que el propio y gigantesco protagonista de la emancipación católica, el gran Daniel O’Connell, pudo combinar un apasionado ultra-montanismo con el más amplio liberalismo, sin sufrir ninguna escisión en la unidad de su mente ni en la humanidad general de sus ideales. Los que lo odiaban tanto por radical como por católico romano no hubieran encontrado ninguna inconsistencia en esas dos ideas detestadas. Lo que tenemos que comprender Página 364

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