Porque soy catolico
que apreciaba era el esquema teológico de la Salvación que supuestamente era revelado por la Biblia, de la misma manera en que el librecambista consideraba a Adam Smith el instrumento de una teoría. Había dos grandes versiones de esa teoría teológica; una, universal en Escocia y predominante en Inglaterra, que sostenía que Dios, en el mismo acto de la Creación, había elegido a algunas personas y rechazado a otras como beneficiarias de la Redención. La otra, que los hombres sólo podían recibir a Dios aceptando este esquema teológico de Salvación, y que sus buenas obras no ejercían ninguna influencia en el resultado. La última era la gran doctrina de la fe independiente de las obras, tan universalmente reconocida como la principal del protestantismo, y que se puede decir que definía la totalidad de esta creencia, con excepción de aquellas personas en las que el protestantismo adoptaba la forma más feroz del calvinismo. No estamos buscando argumentos en contra del protestantismo: éste era el principal argumento que se podía presentar a su favor. Era el argumento popular, el más persuasivo y el más coherente. De esta idea, la aceptación instantánea e individual de la expiación por un puro acto de fe, surge el sistema entero, de ella provienen todos los elementos que hacían atractiva esta forma de cristianismo. Por eso resultaba tan fácil, tan personal, tan emotiva; todo el peso del cristianismo caía a los pies de la Cruz. No distinguía grados de pecado ni detallaba penitencias; porque las obras no tenían nada que ver con todo ello. Por eso no necesitaban confesor ni sacramento de penitencia, porque eso nada podía hacer para mitigar los pecados, que, o eran faltas sin esperanza, o ya estaban abolidos o ignorados. Y por eso era considerado inmoral rezar por los muertos, porque los muertos no tenían más alternativas que una instantánea salvación por la sola fuerza de la fe, o una inevitable condena por la falta de ella. Por eso no podía haber ningún progreso en la vida venidera; o, dicho en otras palabras, no existía el purgatorio. Tal cosa significaba ser protestante: supresión de las plegarias por los muertos, negación de cualquier progreso después de la muerte, negación de cualquier religión que confiara en las buenas obras. Ésta era la gran religión protestante de Europa Occidental (de la que siempre hablaremos tan respetuosamente como lo haríamos de la virilidad e igualdad propias del islam), la religión protestante que, hace cien años, era normal y nacional. Era, según la frase del periódico, sólida. Hoy en día, su carácter de fe normal y nacional se ha desvanecido por completo. Ni siquiera el 10 por ciento de la población desaprueba la oración por los muertos. La guerra, al matar a muchos millones de personas, mató también esa perversa pedantería. Ni siquiera el 10 por ciento de la gente es calvinista o sostiene la prevalencia de la fe frente a las obras. Tampoco el 90 por ciento de los hombres piensa que se irá al infierno si no acepta instantáneamente la teoría teológica de la Redención; y quizás sería mejor que lo hiciera. Ni el 10 por ciento de los hombres cree que la Biblia sea infalible, como creían los protestantes de otro tiempo. De ese maravilloso sistema de pensamiento religioso, atronadoramente proclamado contra Página 367
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