Porque soy catolico
E XXII Términos comerciales s desagradablemente significativo que el órgano del imperi o [85] haya empezado a designar su política imperial con el alegre nombre de «fusión imperial». El tipo de coalición que todos los pueblos libres han condenado como una conspiración, está ahora tan de moda que se considera cosa buena. Los cortesanos del futuro, en lugar de decir «Su Majestad», dirán «Su Monopolio», especialmente cuando se dirijan a Moriz IV, de la histórica Casa de Mon d [86] , por entonces ya emperador del Estado mundial. Aunque en realidad creemos que será difícil que exista tal cargo en un despotismo de ese tipo. El hombre que prefiere hablar de la «fusión imperial», en lugar hablar de la protección del imperio o el libre comercio del imperio, participa de esta curiosa tendencia moderna que considera mucho más valioso el vocabulario mercantil que el lenguaje moral o social. La estructura entera de una nación se remodelará a la manera de una gran empresa comercial. El enviado nacional a París, en lugar de ser llamado «Su Excelencia el Embajador de Gran Bretaña», se llamará «Su Excelencia el Vendedor» y viajará con maletas repletas de muestras, orgulloso de su condición diplomática de viajante de comercio. Los periódicos monopólicos nunca se cansan de decirnos que el mundo debería superar el artificial y pomposo lenguaje de los viejos protocolos, los ultimátums y todas esas declaraciones formales de los tratados que han sido denunciadas tantas veces como «diplomacia secreta». Sin duda, los grandes estadistas de los países poderosos, los herederos de Richelieu y Cannin g [87] , se escribirán unos a otros en un inglés más brillante y vivaz, con frases como «margen comercial» o «interés compuesto resultante» cuando sea inevitablemente necesario poner sus arreglos por escrito. Después de todo, sería mucho más comercial efectuar los acuerdos internacionales en voz baja y confidencial, en los intervalos silenciosos entre las expresiones «¿cuál es su porcentaje?» y «diga cuánto». Ésta es la gran ventaja de la nueva diplomacia sobre la antigua diplomacia secreta. La vieja era tan oculta que escribía todos sus secretos en laboriosos documentos que mandaba por oficios del Gobierno a lo menos cincuenta personas. La nueva diplomacia no necesitará constar por escrito; en realidad será mejor que no conste. Naturalmente, estamos preparados para que se nos diga que esa nueva, fea y poco digna escuela de modales es muy práctica, y que la vieja escuela, majestuosa y rígida, es poco práctica. Después de todo, la vieja teoría de la dignidad sólo consiguió cosas triviales y secundarias, tales como la creación del Imperio romano, la monarquía y la Revolución francesa, la fundación de la república americana y la creación, mediante una aventura personal, del mismo imperio al que nuestros agitadores y Página 373
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx