Porque soy catolico

propagandistas sólo pueden ayudar por la propaganda impersonal. Son logros sin importancia, comparados con la obtención del prodigio de que una única mala cerveza de jengibre se venda en todo el mundo gracias a la exclusión y extinción de la buena, o que sobre mil millas cuadradas de la verde tierra de Dios nadie pueda llevar más que un solo tipo de sombrero o poseer una sola clase de casa. Pero, a pesar de que todos estos argumentos son convincentes y persuasivos sin ninguna duda, y tienen una cierta apariencia de sentido práctico y de realismo, estamos dispuestos a completarlos con una sugerencia, dándoles la pista de algo que hasta unos pensadores tan lúcidos parecen haber pasado por alto. Hoy en día se considera horrible mencionarlo, y en realidad es horrible probarlo o experimentarlo. No obstante, puede ser probado o experimentado, y, aunque sólo sea para evitarlo, sería mucho mejor mencionarlo. La autoridad de los gobernantes debe ser respetada y hasta debe ser amada. Los hombres deben amarla en última instancia, porque es posible que en un momento dado tengan que morir por ella. Ninguna comunidad, ningún sistema constitucional puede sobrevivir y conservar su identidad, si sus miembros no se sienten lo suficientemente identificados con él, de modo que en momentos extremos de peligro lo consideren digno de ser salvado. Los Estados dependerán de la existencia de ese ideal cuando haya una lucha a vida o muerte. Los hombres deben apreciar de Inglaterra algo más que su espíritu comercial; de Francia algo más que el espíritu práctico y cuidadoso del dinero nacional; de Estados Unidos algo más que el hecho de que sea un país monstruosamente ric o [*] , para que sea posible que un ser humano saludable y de buen humor mate o resulte muerto por alguien, y abandone el sol y los amores de este mundo por defender semejante abstracción. Porque podría darse el caso de que que la teoría más práctica fracasara en el momento más práctico. Es una abstracción útil cuando el problema es si la Commonwealth debe continuar siendo rica o seguir siendo un imperio, o acaso mantenerse como un monopolio. Pero la abstracción es inútil cuando la decisión que ha de tomarse es si debe seguir existiendo. El Estado materialista, cimentado solamente con dinero, como si fuera barro o cemento, se desmoronará bajo el golpe de cualquier pueblo que sienta amor o lealtad hacia sus dirigentes o su causa, por la simple razón de que los que se preocupan más por el dinero se preocupan mucho más todavía por sus vidas. Nos pueden desagradar el fascismo italiano, el aguerrido nacionalismo de los polacos o el profundo catolicismo de los irlandeses, pero no hay duda de que tienen ideales que pueden ser idealizados. Son concepciones con las que se puede llevar a los hombres a un arrebato de sacrificio. Las imágenes con las que son presentados al mundo, especialmente al de sus adoradores, el águila de oro o plata, la coraza de San Patricio, el saludo romano, son cosas que en la práctica elevan el corazón, y fueron pensadas para que lo elevaran. En pocas palabras, en esas abstracciones hay poesía, y la poesía es la cosa más práctica del mundo. Página 374

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