Porque soy catolico
C XXV Una gramática de la caballería onsidero muy probable que muchos no hayan oído hablar de The Broadstone of Honour, el manual de caballería escrito por Kenelm Digby a principios del siglo XIX , a no ser que recuerden una desdeñosa referencia al mismo hecha en los Ensayos de Macaulay. Esa referencia no es tanto una crítica a la obra de Digby, como algo muy perjudicial para los Ensayos de Macaulay. No sólo ilustra su rotunda superficialidad, sino también la considerable ignorancia que acompañaba a su reputación de sabio. Así como su celebrada burla de Spencer muestra que no lo había leído, su menos famosa burla de Kenelm Digby evidencia que no había leído a Kenelm Digby. Macaulay se dedica a restar importancia a ciertas antiguas narraciones sobre la cortesía, que es la unión de la humildad con la dignidad. Se burla de historias como la del Príncipe Negr o [95] sirviendo a su indefenso cautivo; y piensa que para ello lo mejor es decir que son historias apropiadas a Kenelm Digby, o como él dice, «aquellos que como el autor de Broadstone of Honour piensan que Dios hizo el mundo para el provecho de los caballeros». Uno se siente tentado de replicar, en cierto estado de ánimo, que siempre habrá suficientes desvergonzados como para equilibrar la balanza. Kenelm Digby, como su propio nombre indica, era miembro de una antigua familia católica establecida en Irlanda y, al igual que las otras ramas de esas viejas familias radicadas en Inglaterra, sería muy natural que concediera alguna importancia al hecho de ser caballero. Si esta debilidad ha sido a veces demasiado evidente en los viejos católicos de Inglaterra, por lo menos es perdonable, además de algo patética. Cuando usted es un squaire honesto y perfectamente patriótico, y sus compatriotas lo consideran un mentiroso, un traidor, un envenenador y un adorador del diablo, debe ser algo así como un consuelo sentimental que no puedan negar que, al menos, es un caballero. Dada la pobre condición de la naturaleza humana, usted puede ser perdonado si llega a pensar más de la cuenta en esta característica. Y Kenelm Digby podría haber sido perdonado si realmente hubiera pensado demasiado y dicho demasiadas tonterías acerca de los caballeros, como si Dios hubiera hecho el mundo para ellos. Pero el hecho desnudo es que no fue Digby el que dijo tonterías sobre los caballeros, sino Macauley el que las dijo sobre Digby. ¿Qué hubiera dicho Macaulay, si después de escribir su epigrama sobre un universo creado para los hidalgos, hubiese abierto el libro al azar, como yo lo hice, y leído un párrafo como éste: Página 384
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