Porque soy catolico
Es natural que esta innatural separación entre sexo y fertilidad, que hasta los paganos hubieran considerado una perversión, esté acompañada de una separación y una perversión similar en lo referido a la naturaleza del amor a la tierra. En ambos casos se ve precisamente la misma falacia, que se puede precisar muy bien. La razón por la que nuestros compatriotas contemporáneos no entienden lo que queremos decir con la palabra propiedad, es que sólo piensan de ella en términos de dinero, en términos de retribución, como una cosa que es inmediatamente consumida, disfrutada y gastada, algo que proporciona un placer momentáneo y luego desaparece. No comprenden que por propiedad entendemos algo que incluye accidentalmente ese placer, pero comienza y termina como algo mucho más grandioso y creativo. El hombre que planta una huerta donde había un campo inculto, que posee la huerta y decide quién la heredará, también disfruta del sabor de las manzanas y también, es de suponer, del sabor de la sidra. Pero está construyendo algo mucho más grandioso y, a la postre, mucho más gratificante que la ingestión de una manzana. Está imponiendo su voluntad al mundo, según el compromiso que le ha sido dado por la voluntad de Dios; está afirmando que su alma le pertenece a Él y no al Departamento de Supervisión de Huertas o al principal trust del comercio de manzanas. Pero además está haciendo algo que estaba implícito en todas las antiguas religiones del mundo, en esos grandes despliegues de magnificencia y ritual que seguían el orden de las estaciones del año en China o Babilonia: está adorando la fertilidad de la tierra. Pues bien, limitar el sentido de propiedad al mero goce del dinero es exactamente lo mismo que limitar el amor al mero goce del sexo. En los dos casos un placer secundario, aislado, servil y hasta secreto sustituye a la participación en un gran proceso creativo, y aún más que eso, en la eterna creación del mundo. Estas dos siniestras realidades pueden ser vistas hombro con hombro en el sistema de la Rusia bolchevique; porque el comunismo es el único modelo funcional, completo y lógico del capitalismo. Los pecados son allí un sistema que en cualquier otra parte sería una especie de repetido disparate. Desde el principio se admite que todo el sistema está dirigido a alentar al trabajador a gastar su sueldo, a no dejar nada para el próximo día de pago, a disfrutarlo todo, consumirlo todo y borrarlo todo. En síntesis, a temblar ante la idea del único crimen, el creativo crimen del ahorro. Es una gregaria extravagancia, una especie de despilfarro disciplinado, una mansa y sumisa prodigalidad. Porque en el momento en que el esclavo deje de dilapidar todas sus ganancias, en el momento en el que comience a acumular o esconder cualquier propiedad, estará reuniendo lo que finalmente podría comprarle su libertad. Puede comenzar a ser tenido en cuenta en el Estado, es decir, puede volverse menos esclavo y más ciudadano. Desde el punto de vista moral, nunca ha existido nada más indeciblemente mezquino que esta generosidad bolchevique. Pero hay que hacer notar que exactamente el mismo espíritu y tono impregna la manera de tratar el otro tema. También el sexo se convertirá para el esclavo en un mero placer, con el propósito de Página 394
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