Porque soy catolico

C XXVIII Santo Tomás Moro asi todo el mundo comprenderá la frase que viene a decir que la mente de Moro era como un brillante que un tirano arrojó a un pozo, porque no podía romperlo. Es solamente una metáfora, pero a veces sucede que la metáfora tiene muchas facetas, como el brillante. Lo que horrorizaba al tirano de aquella mente era su claridad; pues era lo perfectamente opuesto a un cristal empañado, habitado sólo por sueños opalescentes o visiones del pasado. El rey y su gran canciller no sólo habían sido contemporáneos, sino también compañeros. Ambos eran, en muchos sentidos, hombres del Renacimiento; pero resultó que el hombre que era más católico era el menos medieval. En el Tudor había quizás más de ese mohoso final del medievalismo decadente en el que los verdaderos reformistas del Renacimiento vieron la corrupción de la época. En la mente de Moro no había más que claridad; en la de Enrique, aunque no era tonto y ciertamente no era protestante, había un conservadurismo confuso. Como muchos anglo-católicos actuales, mucho mejores que él, tenía algo de anticuario. Tomás Moro era mejor razonador, y por eso no había nada en su religión que fuera meramente local o leal por puro apego a la lealtad no razonada. La mente de Moro también era como un brillante por su poder, de cortador de vidrio, que corta cosas que parecen igualmente transparentes pero que a la vez son menos sólidas y tienen menos facetas. Las herejías coherentes por lo general parecen muy claras, como el calvinismo entonces o el comunismo hoy. A veces parecen muy ciertas: y en ocasiones son ciertas en el limitado sentido de que se trata de una verdad que es menos que la Verdad. La mente de Moro estaba llena de luz, era como una casa con muchas ventanas, pero las ventanas miraban hacia afuera en todos sus costados, y en todas las direcciones. Podemos decir que, así como la joya tiene muchas facetas, aquel hombre tenía muchas caras, aunque ninguna de ellas era una máscara. Hay, en fin, tantos aspectos en esta gran historia, que tratarlos en un artículo presenta dificultades de selección y, aún más de proporción. Puedo intentarlo y no hacer justicia a su aspecto más elevado, a esa santidad que ahora está más allá de la beatitu d [101] . También puedo llenar este espacio limitado con las bromas más hogareñas con las que el gran humorista se deleitaba en la vida cotidiana, de las cuales quizás la más grande es el libro llamado Utopía. Los utopistas del siglo XIX imitaron el libro sin entender la broma. Pero dentro de una sorprendente variedad de aspectos o ángulos diferentes, he decidido tratar solamente dos puntos, no porque sean las verdades más importantes acerca de Tomás Moro, aunque su importancia es Página 396

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