Porque soy catolico
dispuestos a obedecer, pero no adorar. El martirio típico solía ser consecuencia de la negativa a quemar incienso delante de la imagen del divino Augusto, la sagrada imagen del emperador. No era necesariamente un demonio digno de ser destruido; era simplemente un déspota que no debía ser convertido en dios. Aquí es donde su caso aparece muy cercano al problema al que se enfrentó Tomás Moro, y tan cerca de la adoración del Estado de hoy en día. Y es típico de todo el pensamiento católico que los hombres murieran en tormentos, no porque sus enemigos dijeran falsedades, sino sencillamente porque se negaron a conceder una reverencia irracional a aquellos a quienes estaban dispuestos a respetar razonablemente. Para nosotros el problema del progreso es siempre un problema de proporciones; mejorar es adquirir una proporción correcta y no simplemente moverse en una dirección. Y nuestras dudas acerca de los fenómenos modernos, los movimientos socialistas en la generación anterior o los fascistas en la presente, no provienen de la incertidumbre sobre la conveniencia de la justicia económica o el orden nacional, de la misma manera que Tomás Moro no dudaba por la inconveniencia o no de la monarquía hereditaria. Lo que él rechazaba era el derecho divino de los reyes. En el más profundo de los sentidos, él es el campeón de la libertad por su vida pública y por su todavía más pública muerte. En su vida privada representa un tipo de verdad todavía menos comprendida hoy en día, la verdad de que el verdadero asiento de la libertad es el hogar. Se han amontonado novelas modernas, periódicos y obras teatrales hasta formar un túmulo de basura que esconde este sencillo hecho, y sin embargo se trata de un hecho que puede ser probado muy fácilmente. La vida pública debe ser más reglamentada que la vida privada; un hombre no puede paseare entre el tráfico de Picadlly exactamente como se pasearía por su propio jardín. Donde exista el tráfico, existirá la regulación del tráfico, y esto es cierto aunque se trate de lo que podríamos llamar tráfico ilícito, por ejemplo cuando los gobiernos más modernos organizan hoy en día la esterilización o podrían organizar el infanticidio mañana. Aquellos que profesan la superstición moderna que afirma que el Estado no puede hacer el mal, deberán aceptar ese tipo de cosas como un bien. Si los individuos quieren tener alguna esperanza de proteger su libertad, deben proteger su vida familiar. En el peor de los casos, existirá una adaptación más personal en una casa de familia que en un campo de concentración, y en el mejor de los casos habrá menos rutina en una familia que en una fábrica. En cualquier hogar medianamente saludable las reglas son moderadas, al menos parcialmente, por cosas que no podrían afectar a las leyes públicas, como, por ejemplo, lo que llamamos sentido del humor. Por lo tanto, Moro es de vital importancia como humorista, como representante de esa faceta especial del humanismo. Detrás de su vida pública, que fue una grandiosa tragedia, existía una vida privada que era una perpetua comedia. Era, como dice el señor Christopher Hollis en su excelente estudio, «un incorregible bromista». Todo el mundo sabe, por supuesto, que la tragedia y la comedia se encontraron, como lo hacen en Shakespeare, Página 398
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