Porque soy catolico

S XXIX El regreso del césar ea o no síntoma de que me encuentro en una segunda infancia, a veces tengo la idea de que terminaré como en mis comienzos, tratando de sacar algún sentido de lo que en política se llama liberalismo. Hay una leyenda de Fleet Street sobre mi persona, que puede ser real aunque yo la haya olvidado completamente, según la cual, cuando se me preguntó si era liberal yo habría contestado: «Yo soy el único liberal». Creo que habrá acuerdo para reconocer que, en esos días, yo estaba muy cerca de ser el único liberal. Pero espero que nadie me acuse de haber querido ser un líder liberal. El Partido Liberal está hoy en día compuesto enteramente por líderes, o mejor podría decir mentirosos . [102] Y todo lo que ellos quieren, todo lo que les queda es rezar porque exista un solo ser humano que quiera ser engañado. Pensándolo bien, dudo que siquiera desee ofrecerme para ejercer ese humilde oficio, aunque tuviese capacidad para llenar todos los asientos y constituir la única audiencia de una reunión pública, mientras mis cinco líderes se dirigen a mí desde la plataforma, instándome a seguir cinco urgentes pero distintos cursos de acción. No me he vuelto de nuevo consciente de la existencia del puro liberalismo político por lo que pueda quedar de él, sino por lo que ha desaparecido; no por lo que los liberales dicen, sino por lo que callan. Frente a la moda del fascismo y las destructivas simplificaciones del Estado totalitario, es mucho lo que debería decirse a favor del liberalismo, o en un lenguaje más claro, a favor de la libertad. Muchas cosas retornan, y gracias a Dios vivimos en un tiempo en el que podemos hablar otra vez de la Iglesia y el Estado, aunque hoy en día eso signifique generalmente la Iglesia católica y el Estado totalitario. Pero al menos hemos abolido la más antiliberal de las antiliberales limitaciones del liberalismo. Podemos reconocer la religión en el trasfondo histórico de las ideas europeas, incluyendo las ideas modernas, y en este sentido, la relación entre la Iglesia y el Estado es en verdad muy extraña. Por supuesto, lo que ha vuelto muy confusa la historia de la Iglesia y el Estado es lo que se llama la Iglesia del Estado. Pero no ha sido más que un interludio ilógico, en el que Dios derivó su autoridad del césar, en lugar de que el césar derivase su autoridad de Dios. Las relaciones normales entre la Iglesia y el Estado a lo largo de la historia no han consistido exactamente en el cumplimiento de un orden establecido, sino en algo más cercano a lo que hemos visto reaparecer en Alemania. Cuando no había un conflicto, había un concordato. Debe hacerse notar que la Iglesia solía firmar concordatos con sus enemigos antes que con sus amigos. Hubo una disputa con Napoleón y un concordato con Napoleón; una disputa con Mussolini y un concordato con Mussolini; una disputa con Hitler y un concordato con Hitler. Y a pesar de que la Página 400

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