Porque soy catolico

E XXX Austria l año pasado, el representante de lo que quedaba del Sacro Imperio Romano fue asesinado por los bárbaros. Como atrocidad, ha sido adecuadamente denunciada; y alimenta en algunos de nosotros una muda suerte de disgusto, casi como si no hubiera sido asesinado por bárbaros, sino por bestias. Quizás lo que deba resaltarse sobre este hecho es que se trata del único tipo de tarea en el que esta torpe gente no es únicamente torpe. El hombre nórdico o el tipo nazi de alemán es una persona que piensa con mucha lentitud, bastante atrasada y fuera de época en materias de ciencia y filosofía. Por eso, por ejemplo, se aferra a la palabra ario, como si fuera su propio bisabuelo, trabajosamente absorto en las primeras páginas de Max Mülle r [103] , bajo la concentrada mirada de los sorprendidos etnólogos de los últimos tiempos. Es lento en muchas cosas, como por ejemplo para liberar a prisioneros indudablemente inocentes, o para responder a las preguntas formuladas por los críticos extranjeros o por la Iglesia católica. Tenemos un buen motivo para saber que es lento para pagar sus deudas, hasta el punto de dejar de hacerlo. Es muy lento a la hora llevar a cabo la utopía que prometió al pueblo alemán: la completa estabilidad económica y la total desaparición del desempleo. Es lento en miles de cosas, desde la duración de sus comidas hasta el desarrollo de su metafísica. Pero en una cosa no es lento, sino todo lo contrario. Es rápido en el derramamiento de sangre inocente; posee técnica para asesinar a otras personas; y la sola posibilidad de practicar este deporte le proporciona una animación que es casi humana. Hitler asesinó a un apreciable número de personas en un solo fin de semana, y el asesinato de Dollfuss mostró un atisbo de la eficiencia que los nazis habían prometido desarrollar en otros campos. Pero es mucho más importante insistir en los grandes asuntos humanos e históricos mencionados al principio de este artículo. Dollfuss murió como un hombre valiente y leal, pidiendo el perdón para sus asesinos, y las almas de los justos están en las manos de Dios, no importa cuánto placer hayan sentido sus enemigos —con esa marca de fango grabada en todo lo que ellos hacen— al negarle el auxilio de su religión. Pero Dollfuss muerto es, todavía más que cuando vivía, un símbolo de algo de inmensa importancia para la humanidad, que prácticamente no es mencionado en los periódicos por nuestros políticos. Por comodidad lo llamamos Austria, porque podríamos llamarlo más justamente Europa, pero sobre todo —y éste es el hecho vital completamente ignorado— sería estrictamente correcto y coherente con la historia llamarlo Alemania. El mismo hecho de que el nombre Alemania haya sido tomado de los austriacos para dárselo a los prusianos resume una tragedia de trescientos años. Es la historia de la guerra llevada a cabo por los bárbaros contra el imperio, el auténtico Página 403

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