Porque soy catolico
U XXXIV ¿Dónde está la paradoja? n escritor de un periódico de la High Church, poseído por la musa lírica, me describió recientemente como «papista prolijo profesor de paradoja», frase que tengo la firme intención de ampliar en un poema de no menos de nueve versos dependientes de la letra p , mediante los que compensaré la inexplicable ausencia en ella de alusiones a Papas polígamos, ponzoñosos Pontífices, prelados piratas o pestilentes paisanos, que serían tan buenas para el negocio de la cacofonía. Y a pesar de que el editor se disculpó muy graciosamente por habérsele impedido descubrir accidentalmente, sin duda debido a mi prolijidad, lo que yo había dicho en el pasaje criticado, posteriormente otro crítico ha practicado en el mismo periódico igual estilo literario, describiendo la misma frase criticada como «más allá de toda inexactitud de términos que pueda ser permitida en la más pútrida paradoja», y agregando que yo me dedico a la «propaganda del arroyo». Quisiera saber qué es lo que hace que la más remota sospecha de mi presencia —de mí, un simple punto en el inmenso y abarrotado horizonte— provoque en un honesto caballero de la Faith House de Tufton Stree t [110] tan asombrosas convulsiones. Y es mucho más misterioso porque, en lo que me concierne, es una reacción completamente inmotivada. Nunca ataqué en particular la teoría anglo-católica, o a la Iglesia anglicana, o a los anglicanos como tales. Sé que la teoría anglicana puede ser sostenida honestamente, porque yo mismo lo hice durante muchos años. Tengo el mayor de los respetos por aquellos que profesan esa convicción, y la mayor de las simpatías por aquellos que están en cualquier estado de duda. Conservo todavía un gran número de amigos anglo-católicos, que no me encuentran tan pútrido ni prolijo, y a pesar de que, por supuesto, diferimos, siempre he evitado disputar con ellos; un poco porque hay muchas otras cosas sobre las que se necesita discutir mucho más, y otro poco porque sé por experiencia que la discusión a menudo hace más mal que bien. Acostumbraba a leer el periódico en cuestión porque era un buen periódico, y hasta hace muy poco, un periódico con buen talante. No acabo de entender por qué un lector tan inofensivo podría tener un efecto tan sorprendente sobre los otros lectores y escritores. Pero es tan sorprendente el efecto, que el crítico cae en una especie de defensa a medias del puritanismo, el protestantismo y el prusianismo, a veces a la desesperada, a pesar de tratarse de cosas que todos los viejos anglo-católicos acostumbraban a denunciar, y que yo denuncié también cuando era uno de ellos. Hace un tiempo, por ejemplo, con similar tono crispado, provocó una disputa personal conmigo por haberme unido a todo el mundo civilizado en la condena del asesinato de Dollfuss. Si se tratara sólo de peleas personales ni siquiera valdría la Página 414
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx