Porque soy catolico

pena mencionarlas, porque estoy plenamente satisfecho con la forma en que al final admitieron los hechos sobre los que discutíamos, y lo demás es una nube de humo. Pero hay disputas mucho más importantes, que conciernen a la cristiandad y, en especial, a este país, sobre las que no puedo dejar que un importante órgano de opinión tenga una impresión tan falsa. Con respecto a el señor C. E. Douglas, el olfateador de pútridas paradojas, me basta con apuntar que se queja de «un uso antihistórico de la palabra católico» y nos asegura que él se contenta con que el clero de la Iglesia nacional esté integrado en casi todas nuestras instituciones, como garantía de que «en teoría, la religión católica es la religión oficial de la nación». Sólo puedo decir que si él usara su imaginación para ver nuestro punto de vista como yo uso la mía para tratar de entender el suyo, caería en la cuenta de que un católico de verdad, y hasta un anglo-católico, puede encontrar, con razón, que ese respaldo oficial es un poco débil. Es muy cierto que hay sacerdotes católicos dedicados a toda suerte de cosas. Un obispo católico predica que la ciencia ha destruido todo el esquema original del cristianismo; un deán católico truena denunciando el control de la natalidad como medicina curandera. Un canónigo católico está aparentemente dispuesto a partir el pan con cualquiera, desde mormones hasta musulmanes. Yo preferiría más bien a los musulmanes; pero no puedo creer que el señor Douglas o el editor del periódico miren realmente ese metafórico ágape retrospectivo como un sustituto del Santísimo Sacramento. A pesar de que el señor Douglas no tiene una visión de nuestros escrúpulos demasiado comprensiva, hay en él un punto por el cual se gana mi afecto, a pesar de que no me animo a esperar que yo me gane el suyo. Puede seguir diciendo de mí lo que quiera, mientras siga pensando lo que ahora piensa de Prusia. Como yo clasifiqué a Prusia junto a Inglaterra entre los países protestantes, Douglas protesta contra cualquier cosa que pueda sugerir que son el mismo tipo de país, y en eso estoy de su parte. Tienen algunas cosas en común, pero incluso en lo que se parecen se puede decir que los prusianos prefieren ser intimidados, mientras los ingleses sólo se avienen a ser cegados. El caso es que Inglaterra tiene una cultura nacional mil veces más alegre y más humana que Prusia; la enfermedad es más leve y el talante es más saludable, aunque está debilitado por la ausencia de un credo militante de moral cristiana, y por la falta de la capacidad de clarificar y defender. Sería una buena prueba la introducción de algunas de las nuevas leyes anormales que amenazan al mundo en nombre de la ciencia. Supongamos que algo del estilo de la esterilización compulsiva o la contracepción compulsiva acecha realmente a través del Estado moderno, conduciendo la marcha del progreso humano por el aborto hacia el infanticidio. Si llegara hasta los paganos del norte de Alemania, la aceptarían con aullidos de bárbara alegría, como uno de los sagrados mandamientos de la religión de la raza, y probablemente rematarían los correspondientes festejos con un pequeño sacrificio humano. Si los ingleses fueran sus receptores, la aceptarían como ciudadanos respetuosos de la ley, es decir, con una actitud a mitad de camino entre la Página 415

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