Porque soy catolico
disciplina militarista. Este tipo de fría brutalidad vino con el prestigio prusiano, y no podía llegar desde ninguna otra parte. Y ese prusianismo provino del protestantismo; no, por supuesto, en el sentido de que haya infectado a todos los protestantes, o que no existan millones de buenos protestantes libres de este error, o víctimas de otros errores. Pero es un fruto histórico del protestantismo, y esto no es sólo un hecho histórico, sino que puede ser probado con idéntica claridad como una verdad filosófica. El orgullo racial de Hitler proviene de la Reforma, por veinte razones: porque divide la cristiandad y profundiza todavía más esas divisiones; porque es fatalista como el calvinismo y hace que la superioridad no sea electiva, sino impuesta; porque es césaro-papista, y pone el Estado sobre la Iglesia, como pretendía Enrique VIII; porque es inmoral, siendo un innovador de conductas morales que tocan temas como la esterilización y la eugenesia; porque es subjetivo, sometiendo el hecho previo al capricho personal, como cuando pide un Dios alemán, o declara que la revelación católica no es acorde con el temperamento alemán —como si yo fuera a decir que el sistema solar no es acorde al gusto chestertoniano—. No pido disculpas, por lo tanto, por decir que esta catástrofe histórica se deba a la herejía, y no puedo ver que ni siquiera un anglo-católico pueda defender su propia pretensión de ortodoxia negándolo. Nunca esperé, naturalmente, que la gente estuviera de acuerdo con ese punto de vista. Entre los comentarios que seguramente dije tan mal que casi nadie los escuchó, estaba la observación preliminar en la que decía que yo preferiría mucho más hablar a mis compatriotas sobre las cosas en las que estamos de acuerdo, sobre Dickens, o la gran cultura cómica de la tradición inglesa; pero que cualquier hombre que se sienta desafiado en su obediencia a una Iglesia tiene la obligación de disentir con aquellos que están definitivamente en desacuerdo con ella. Dije: «Si digo estas cosas, no puedo pedirles que estén de acuerdo conmigo; si digo cualquier otra, no puedo pedirles que me respeten». Vivimos en una época en la que cualquiera puede enseñar en cualquier parte, mediante cualquier método científico de educación, que una cosa tan nimia como Dios fue el resultado azaroso de una disputa tribal sobre un incesto o un parricidio, y así la religión envenenó los primeros retoños del progreso; en una época en la que los comunistas pueden pretender que la humanidad se echó a perder cuando apareció por primera vez entre los hombres prehistóricos la propiedad privada; en una época en la que todo, no importa cuán reales ni cuán remotos sean sus principios, es llamado enorme engaño que oscurece toda la historia del hombre. Pero cuando elijo pensar que una isla en el rincón de un continente eligió un camino equivocado de pensamiento apenas hace cuatrocientos años; cuando atribuyo a esa reciente moda local el colapso y la desesperación que se ha apoderado de nosotros por una cultura comercial, se eleva un grito de protesta contra tan intolerable blasfemia, acompañado Página 417
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx