Porque soy catolico
por la afirmación de los que así se horrorizan de que, a diferencia de todos los demás pueblos, sólo ellos tienen la capacidad de tolerar todas las opiniones. Confieso que encuentro un cierto hálito —de ninguna manera pútrido— de paradoja en el hecho de que esos pocos fanáticos me dijeran en el mismo aliento que son devotos de la libertad de pensamiento y que yo me había deshonrado a mí mismo diciendo tan abiertamente lo que pensaba. Pero en realidad fueron muy pocos; y no debo cerrar este episodio sin dejar constancia del enorme número de mensajes que recibí de protestantes y hasta de paganos, reconociendo sinceramente o discutiendo sinceramente lo que yo en realidad dije. Sobre todo, sé bien que hubiera probado mi argumento más claramente de lo que aparece en esta apresurada correspondencia, si hubiera publicado una correspondencia mucho más valiosa: las cartas que recibí de gente muy pobre, que ha sufrido la agresión silenciosa y esclavizadora del monopolio moderno, gentes que me dieron las gracias con mucha de la verdadera generosidad inglesa, por exponer los males que soportan con mucho del verdadero buen humor inglés. Página 418
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