Porque soy catolico

en el hecho de tener un ego. Lo que vendría a suponer que el mal consiste en tener un alma. Por eso sería preferible que el yo se extinguiera con la muerte de la persona o, para decirlo con nuestras palabras, que es mejor que el alma desaparezca al morir. Hay quienes se atreven al menos a sostener esta tesis, y sin duda verían en el rechazo ofendido del señor Wells a lo que sea puro egoísmo apenas una forma de sentimentalismo. Sea como sea, no puede ser que el Nirvana represente a la vez la liberación del yo, que sólo puede alcanzarse después de la muerte, y también la placidez y el equilibrio que cualquiera puede experimentar en vida. Seguramente el gran sabio oriental nunca utilizó el lenguaje de una manera tan laxa. Pero sucede que quien sí utiliza el lenguaje de este modo es un gran cerebro de Occidente. El problema estriba en un elemento que está presente en la mayoría de las obras del señor Wells, que quizás sea, de todos sus puntos flacos, el que realmente disminuye su grande y admirable talento. El caso es que este autor se muestra incapaz de ocultar completamente cierto espíritu de contradicción, como si no pudiera dejar de marcar tantos o, casi puede decirse, de hurgar y escarbar todo el tiempo. No de modo consciente, sin duda, decide ver en Buda a un aliado de las ideas modernas, algo así como un contrapeso a las ideas católicas. Por consiguiente, lo que busca es demostrar que Buda era un moderno escéptico, pero sin tener que admitir que fue un moderno pesimista. Pretende invocar el budismo en contra de la aspiración cristiana a la vida eterna, ahorrándose el tener que hacerlo para demostrar su oposición a la aspiración humana a la vida. Así, en lo que hace al mundo trascendente, Buda se ve transformado en el gran nihilista de la noche oscura y sin luminarias, pero respecto del mundo en el que vivimos queda convertido en un simpático altruista, alguien parecido a un no conformista que decidiera apuntarse a una Sociedad de Amigos de la Ética. Aquí tenemos, pues, a nuestro nuevo Gautama, un individuo aseado y atildado, el perfecto candidato a asistir a ceremonias de vegetarianos y agnósticos en una modesta capilla de los suburbios. Por mi parte, me permito pensar que el gran sabio, santo o escéptico hindú valía un poco más que eso. Pero lo que sucede es que el señor Wells está queriendo matar dos pájaros de un solo tiro, sin importarle que vuelen en direcciones opuestas. Una de esas aves es la blanca paloma de la esperanza eterna; la otra, el negro cuervo de la desesperación. Página 42

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