Porque soy catolico

E Un comentario de Gilbert Keith Chesterto n [*] n esta serie de dibujos, uno de los genios modernos más viriles, famoso en todos los aspectos por la intensidad de su pincel y su colorido no sólo rico sino intenso, ha acometido de forma muy personal una serie de temas que muchos podrían asociar con un cierto tipo de la prístina severidad propia de los Primitivos; es decir, con una impresionante austeridad y renuncia y con los secretos de un dolor más que humano. Es necesario apuntar, en primer lugar, que cualquier comentario que se pueda hacer sobre este asunto puede constituir tema de controversia; ya que ahora existe una controversia general sobre si se debiera hacer o no comentario alguno al respecto. Para algunos, cualquier sugerencia de significado espiritual que se haga en un cuadro se relaciona de alguna manera con la idea de tratarla como una simple anécdota; o, lo que todavía es peor, como una simple alegoría. La controversia se convierte a veces en una comedia; los pintores afirman apasionadamente que sus cuadros carecen de toda significación; y otros, que no son pintores, tratan de explicar lo que realmente significan. Pero la dificultad surge en realidad de que hay muy escasa controversia en el mundo moderno. Un debate raras veces empieza por el principio y continúa hasta su lógico final; consiste, por lo general, en muletillas y frases fragmentarias por ambas partes, y se alarga hasta el infinito porque, en realidad, nunca ha empezado. No resulta muy difícil establecer brevemente una verdad o, cuando menos, una visión filosófica válida. Ciertamente, una crítica de arte, que es en definitiva pura crítica literaria, no es crítica de arte. Si una persona no sabe que para el artista la línea, el equilibrio, el ritmo, las proporciones ópticas son el cuadro, no sabrá de qué está hablando, o bien estará hablando de cualquier otra cosa. Tal vez sea un crítico, pero no será un crítico de arte si no entiende que el giro de una línea, una interrupción o un determinado espacio que aparentemente quedó vacío y sin contenido visible puede representar, con mucho, lo más importante del cuadro. En un sentido muy especial eso puede constituir su belleza. Pero si nos preguntamos en dónde radica esa belleza, o por qué eso es bello, pronto descubriremos que no hemos logrado escapar (como ingenuamente esperábamos) del pensamiento o del mundo de las ideas. Que nuestro placer sea instintivo o accidental, o incluso que una visión pueda resultar agradable al ojo como un cierto sabor puede gustar al paladar, nada tiene que ver con la intensidad y la infinitud implícita del propio sentimiento. Podemos desconfiar de la prosa y refugiarnos en el verso, como hizo el poeta cuando escribió: ¿Cuáles son los nombres de la Belleza? Página 420

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