Porque soy catolico
C Prólogo de Hilaire Belloc on no poca timidez abordará quien haya nacido en la fe el tremendo asunto de la conversión religiosa. En verdad, es mucho más fácil hacerlo para alguien que lo ignore todo de la fe que para el que ha tenido la suerte de conocerla desde la infancia. Resulta un tanto impertinente asomarse a una experiencia que no es personal y que está condenada a ser más imperfectamente comprendida, y a la vez hacerlo ignorándolo todo de su principal asunto. Quienes de nacimiento viven en la fe a menudo viven por su cuenta y en paralelo, o de modo parecido, el mismo tipo de experiencia que lleva a quienes de entrada no conocieron la fe a reconocerla y aceptarla. Así, pues, sucede con frecuencia que los que reciben la fe al nacer atraviesen una etapa de escepticismo en su juventud y a medida que avanzan los años, y sigue siendo habitual (si bien menos que para las anteriores generaciones) que hombres de cultura católica, conocedores de la Iglesia desde su niñez, decidan abandonarla al entrar en la madurez y nunca regresen a ella. Pero actualmente, entre quienes en su juventud se sintieron fuertemente atraídos por el escepticismo, se produce con más frecuencia un fenómeno (y es en esto en lo que estoy pensando) que consiste en el descubrimiento, a través del conocimiento de los hombres y la realidad en toda su diversidad, de que las verdades trascendentes que les fueron inculcadas en la infancia pueden volver a ejercer una poderosa fascinación sobre sus facultades adultas. Tal experiencia en el católico de cuna, insisto, admite hasta cierto punto que se la considere como un fenómeno de conversión religiosa. Aunque en realidad se distingue de la conversión propiamente entendida, ya que ésta apunta más bien al paulatino descubrimiento y gradual aceptación de la Iglesia católica por parte de hombres y mujeres que empezaron en la vida sin tener una idea clara de su existencia, y para quienes ésta fue, en sus años de formación, poco más que un nombre, en algunos casos considerado con desdén y siempre desligado de la realidad conocida. Los hombres y mujeres que experimentan la conversión quizás representan el principal factor de vigor renovado y creciente para la Iglesia católica de nuestro tiempo. La admiración que inspira su conversión en el católico de nacimiento es una réplica exacta de la que la Iglesia testimonió en sus inicios a los mártires de la fe. Porque conviene recordar que «mártir» significa «testigo». El fenómeno de la conversión, que afecta a todas las clases y personalidades, ofrece actualmente el mayor testimonio sobre la verdad que anida en las aspiraciones de la fe, sobre el hecho de que la fe es una realidad y que sólo en ella es posible hallar solaz en medio de la realidad. Página 44
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