Porque soy catolico

literatura fuera literalmente un tipo de pornografía. Newman [1] observa de lo más naturalmente, como si en su época no hubiera tenido nada de raro, que un estudiante universitario descubierto en posesión de un manual de ascetismo o un libro de meditaciones monásticas automáticamente quedaba envuelto, como por una nube, en la sospecha de la corrupción, como si lo hubieran pillado leyendo «un mal libro». El pobre se había entregado a los placeres de los Nones o a la lujuriosa contemplación de una cantidad inapropiada de cirios. Es posible que haya desaparecido la costumbre de considerar la conversión como una forma de disipación, pero sigue siendo habitual considerarla una forma de rebeldía. Y visto lo que son las convenciones que rigen en el mundo actual, sin duda lo sea. El digno comerciante de clase media y el digno granjero del Medio Oeste, cuando envían a sus hijos a estudiar a la universidad, temen que pueda acabar entre ladrones, con lo que se quiere dar a entender entre comunistas. Pero también albergan un temor muy parecido cuando piensan que su hijo podría acabar frecuentando a católicos. Eso sí, no albergan ninguno ante la perspectiva de que su hijo pudiera acabar frecuentando a calvinistas, ni les asusta la posibilidad de que sus hijos se conviertan en supralapsarios del siglo XVI I [2] , por más que esta doctrina no sea de su agrado. Ni siquiera se muestran preocupados por que sean capaces de adoptar las radicales tesis de los solfidiano s [3] , otrora cultivadas por algunos de los más extravagantes metodistas. Tampoco es probable que alguno de estos dignos señores tema recibir un telegrama anunciándole que su hijo se ha convertido en un adepto de la Quinta Monarquí a [4] o un seguidor de los albigenses . [5] Y no puede decirse que se pasen las noches en vela pensando si Tom, que está en Oxford, se habrá vuelto luterano o lolardo. Tienen una vaga idea de que todas estas confesiones son religiones extintas o, al menos, que son muy viejas. Y sólo las nuevas religiones les infunden miedo. Sólo les intimidan todas esas nuevas ideas, desenfadadas, provocadoras y paradójicas, que tanto perturban a los jóvenes. Y entre esas peligrosas tentaciones juveniles sitúan al credo romano, por su novedad y lozanía. Reconozcámoslo, es un poco extraño: Roma no es precisamente una novedad. De todas esas nuevas religiones tan molestas, una es más bien antigua. Eso sí, es la única antigua religión que sigue pareciendo joven. Cuando fue originaria y realmente joven, sin duda el pater familias romano se halló en la misma tesitura que el padre anglicano o puritano de hoy. También a él debió de sucederle que sus hijos se comportaran extrañamente y abandonaran los lares y el sacro templo del Capitolio. Y es posible que descubriera que uno de sus hijos se había sumado a los cristianos en su Ecclesia, quizás incluso en las catacumbas. Pero también habrá tenido que enfrentarse al hecho de que uno de sus otros hijos se interesara únicamente por los misterios órficos, otro se mostrara afecto al culto de Mitra, un tercero fuera un neopitagórico que se había vuelto vegetariano frecuentando a hindúes, etcétera. Aunque el padre romano, a diferencia del victoriano, podía disfrutar del ejercicio de la patria postesta s [6] e iba por ahí cortando alegremente cabezas de herejes, ello no bastaba para cegar el Página 48

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