Porque soy catolico
torrente de herejías. Sólo que ahora la mayoría de los ríos se han secado. Hoy es prácticamente innecesario que un padre tenga que decirle a sus hijos que se cuiden de frecuentar a los indeseables adoradores del toro de Mitra, ni que tenga que hacer nada para apartarlos de la morbosa obsesión con Orfeo, y aunque es cierto que aún pululan los vegetarianos, la verdad es que la mayoría sabe más de prótidos que de Pitágoras. En cambio, aquella otra juvenil extravagancia sigue siendo juvenil, la nueva religión de antaño vuelve a ser novedad. Ella, que fue moda pasajera, se ha negado a pasar, y el antiguo retazo de modernidad sigue siendo moderno. Para el padre protestante sigue representando exactamente lo mismo que representó en su día para el pagano. Podemos consolarnos pensando que no es más que un incordio, pero nadie negará que se trata de una novedad. Porque no tiene que ver con lo que el padre y el hijo conocen y a lo que están acostumbrados. Se presenta siempre como una realidad vigorosa y perturbadora, como la descubrieron los griegos, siempre atentos a las novedades, o aquellos pastores que fueron los primeros en oír el grito en las colinas que les traía la buena nueva que nuestra lengua llama el Evangelio. Que los griegos en tiempos de San Pablo comprendieran que se trataba de algo nuevo no puede sorprender, porque efectivamente se trataba entonces de una novedad. Pero, ¿cómo explicar que siga pareciéndolo al último de los conversos como se lo pareció al primero de los pastores? Es como si un hombre centenario participara en los Juegos Olímpicos junto a jóvenes atletas, un hecho que sin duda habría dado pie a una leyenda griega. Pues algo de legendario parece haber en una religión que tiene dos mil años y hoy figura como rival de las nuevas religiones. Es algo que convendría explicar, mas no se puede justificar: es una leyenda que no se deja transformar en mito. En esta época nuestra, todos hemos asistido al grandioso enfrentamiento entre jóvenes católicos y viejos protestantes, y por aquí convendría empezar antes de abordar el asunto actual de la conversión. No pienso citar cifras y estadísticas, aunque quizás tenga algo que decir sobre ellas más adelante. Lo primero que conviene señalar es que hay una diferencia sustancial que falsea todos los datos sobre diferencias de magnitud. Actualmente, la inmensa mayoría de las congregaciones protestantes, sean poderosas o débiles, no se benefician de la costumbre de captar nuevos adeptos con sus viejas doctrinas. El joven que de repente decide convertirse en sacerdote católico, incluso en monje católico, es posible que lo haga movido por el entusiasmo espontáneo y aun apremiante que le inspira la doctrina de la Virginidad, como se le apareció a Santa Catalina o a Santa Clara. ¿Pero cuántos pastores baptistas se han convertido porque eran personalmente contrarios a la idea de que de un niño inocente inconscientemente surgiera Cristo? ¿Cuántos honestos pastores presbiterianos hay en Escocia que realmente quieran volver a leer a John Knox, del mismo modo que un místico católico puede querer leer de nuevo a Juan de la Cruz? Éstos son hombres que han heredado cargos que piensan que pueden ocupar con razonable solvencia y aceptación general, pero el hecho es que los han heredado. La religión es para ellos Página 49
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx