Porque soy catolico
H II Errores evidentes e podido observar que el catolicismo en el siglo XX es realmente lo que fue en la segunda centuria: la Nueva Religión. La verdad es que su misma antigüedad conserva un aspecto de novedad. Siempre me ha impresionado y aun emocionado el hecho de que en la santa invocación del Tantum Ergo , que parece llegarnos cargada de épocas pasadas, todavía late el lenguaje de la innovación, como en un documento antiguo que ha de eclipsarse ante el nuevo rito. Para nosotros, el himno sigue siendo algo parecido a ese documento antiguo. Pero el rito siempre es nuevo. Pero para poder escribir sobre la conversión, el converso ha de intentar desandar el camino desde el altar hasta aquel primer desierto donde una vez llegó a creer sinceramente que su eterna juventud era la «Vieja Religión». Es una cosa extremadamente difícil de llevar a cabo y que rara vez se hace bien, al menos poco confío en poder hacerlo siquiera moderadamente bien. La dificultad estriba en lo que otro converso me manifestó en una oportunidad: «No podría explicar por qué soy católico, ya que ahora que lo soy, me siento incapaz de imaginar que pudiera ser otra cosa». Y sin embargo, conviene hacer ese esfuerzo con la imaginación. Tener la convicción de estar en lo cierto no es ser un fanático; ser fanático es no poder imaginar que pudimos equivocarnos. Es Mi Deber procurar comprender qué pudo querer decir H. G. Wells cuando dijo que la Iglesia medieval no tenía interés por la educación y sólo se mostraba interesada por la imposición de dogmas; también lo es reflexionar (por más que oscuramente) sobre lo que pudo llevar a un hombre inteligente como Arnold Bennet t [7] a mostrarse tan ciego a la realidad de España; como también descubrir, en caso de que exista, el hilo que conecta los razonamientos de George Moor e [8] en las diversas sentencias que pronunció contra la Irlanda católica. Igualmente es mi deber esforzarme en comprender el extraño estado mental en que se encontraba G. K. Chesterton al pensar que la Iglesia católica era realmente una especie de abadía en ruinas, casi tan desierta como Stronehenge. De entrada, diré que en mi caso se trató, como mucho, de errar, no de porfiar. Conversos mucho más importantes que yo han tenido que enfrentarse a los muchos demonios de la falsedad, a todo un enjambre de mentiras y calumnias. Debo a la atmósfera liberal y universalista de mi familia, a Stopford Brook e [9] y los predicadores unitarios a los que siguieron, el haber recibido las luces justas para mantenerme fuera del alcance de Maria Monk . [10] No obstante, como esto es tan sólo un privilegio personal, por el que estoy agradecido, supongo que algo habría de decir también de lo que me atrevería a llamar las porfiadas calumnias, si no fuera porque Página 52
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