Porque soy catolico

hombres de más valía que yo no siempre porfiaron en comprender que lo eran. No creo, la verdad, que ejerzan mucha influencia en la generación posterior a la mía. La mayor tentación para los jóvenes impíos no consiste tanto en denunciar a los monjes que rompen sus votos como en sorprenderse de que puedan cumplirlos. Pero no hay que olvidar que hay un estadio intermedio en el que los protestantes con sus vagos prejuicios a lo que aspiran es a estar en misa y repicando. Sigue habiendo hipócritas de mentalidad brumosa encantados de pensar que los frailes son granujas porque incumplen sus votos de castidad y al mismo tiempo unos idiotas porque se empeñan en mantenerlos. En otras palabras, estas calumnias se han extinguido casi del todo pero aún no han muerto, y todavía hay por ahí mucha gente dispuesta a dejarse intimidar por tan burdos y torpes obstáculos, de modo que hasta cierto punto levantarlos se ha vuelto una necesidad. Tras lo cual podremos enfrentarnos a lo que merece la consideración de obstáculos reales, es decir, a las verdaderas dificultades, que por lo general son lo opuesto a esas otras sobre las que tanto se habla. Por lo pronto, pues, nos centraremos en las cosas que obviamente son negras, para pasar después a considerar el hecho importuno de que en realidad son blancas. La habitual acusación de los protestantes de que la Iglesia de Roma tiene miedo de la Biblia en ningún momento, como en breve contaré, llegó a infundirme terror alguno. No fue mérito mío, sino un azar de mi edad y condiciones. Crecí en un mundo donde los protestantes, que acababan apenas de demostrar que Roma no creía en la Biblia, descubrían excitados que ellos tampoco creían en ella. Algunos aun pretendieron reunir las dos condenaciones, sentenciando que suponían un avance y un progreso. El siguiente paso nos dejó a un hijo repudiando a su padre por haberle hurtado el descubrimiento de tan bello y valioso libro, para acto seguido romperlo en mil pedazos. Descubrí temprano que, en lo que hace a la estupidez, el progreso es peor que el protestantismo. Pero la mayoría de mis amigos librepensadores tuvieron la suficiente amplitud de miras para comprender que la crítica histórica iba dirigida contra la idolatría protestante de la Biblia más que contra la autoridad de Roma. Como sea, mi familia y amigos estaban más ocupados en leer el libro de Darwin que el libro de Daniel, y para la mayoría, las Escrituras hebreas ofrecían el mismo interés que las esculturas de los hititas. Pero aun así, no dejaba de resultar extraño que las mismas esculturas se pudieran adorar como dioses y luego se rompieran por ser ídolos, y que después todavía se siguiera culpando a otros por no haberlas adorado lo bastante. Una vez más, no sabría decir si mi experiencia es representativa, ni si convendría detenerse más tiempo en estos prejuicios y dudas, típicamente protestantes, algo que, desde mi propia experiencia, no me siento capaz de hacer. La Iglesia es una casa con cientos de puertas, y no hay dos hombres que entren en ella por la misma. La mía fue al menos tan agnóstica como anglicana, aunque por un tiempo me conformé con vagar por la tierra fronteriza del anglicanismo, eso sí, sólo mientras creí que aquello era solamente puro anglocatolicismo. Hay que marcar aquí una distinción, en lo que hace a las intenciones, que no siempre queda clara en la Página 53

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