Porque soy catolico
imprecisa atmósfera inglesa: no se trata de una diferencia de grado, sino de propósito final. Hay anglicanos, tanto anglocatólicos como latitudinarios, cuyo principal objetivo es la salvación de la Iglesia de Inglaterra. Algunos creen que puede alcanzarse este objetivo llamándola católica o volviéndola católica o imaginando que es católica, pero en todo caso, eso es lo que quieren salvar. En cambio, yo no partí de la idea de que tenía que salvar a la Iglesia inglesa, sino de que quería encontrar a la católica. Si las dos eran lo mismo, tanto mejor, pero nunca pensé que el catolicismo era una especie de vistoso complemento con el que completar el ajuar nacional, sino el alma más profunda de la realidad desnuda, hallárase donde se hallara. Puede decirse que el anglocatolicismo sencillamente fue mi conversión incompleta al catolicismo. Pero mi conversión se produjo en un contexto inicialmente mucho más indiferente e impreciso, una atmósfera, si no agnóstica, cuando menos panteísta o unitaria. A ello se debe que me sea muy difícil tomar algunas de las posturas protestantes mínimamente en serio. ¿Qué puede pensar cualquiera que haya vivido en el mundo real, por ejemplo, de la sempiterna afirmación de que las tradiciones católicas son condenadas por la Biblia? Salvo que delatan un revoltijo de pruebas y una mezcolanza de argumentos cuyo sentido nunca fui capaz de desentrañar. Imaginemos a un escéptico o un pagano normal y sensato que un día en la calle, en representación del hombre de a pie, ve pasar una procesión de sacerdotes de un extraño rito, que llevan su objeto de culto bajo palio. Algunos se cubren con mitras y llevan báculos simbólicos, otros cargan con pergaminos y libros sagrados o con imágenes sacras precedidas por cirios encendidos o con reliquias consagradas en cofres y urnas, y así sucesivamente. Puedo comprender al espectador que exclama: «Menuda engañifa», incluso puedo llegar a comprender que, en un arrebato de rabia, interrumpa la procesión, eche al suelo las imágenes, rompa los pergaminos y arrolle a los sacerdotes y a cualquier otro actor de aquel espectáculo. Puedo comprender que lance: «Vuestros báculos son bazofia, vuestros cirios son bazofia, vuestras estatuas y pergaminos y reliquias son pura bazofia». Pero cabe preguntarse en qué puede estar pensando quien decide fijarse en este pergamino y no en aquel otro y en tal grupo que lo custodia con excepción de cualquier otro (en un pergamino que siempre ha estado en su poder y formado parte de su engañifa, en caso de que lo fuera), o por qué razón el hombre de a pie puede llegar a pensar que este pergamino en particular no es bazofia, sino que contiene la verdad única en virtud de la cual todas las otras cosas merecen ser condenadas. ¿Por qué para los que van en tal procesión no es superstición adorar pergaminos y sí adorar estatuas? ¿Por qué para los fieles de tal otro credo es menos razonable conservar estatuas que pergaminos? Tiene sentido dirigirse a un sacerdote y decirle: «Vuestras estatuas y pergaminos, nuestro sentido común los condena»; decirle, en cambio: «Vuestros pergaminos condenan a vuestras estatuas, así que adoraremos una parte de vuestra procesión y destruiremos el resto», es insensato se mire por donde se mire, y sobre todo desde el punto de vista del hombre de a pie. Página 54
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