Porque soy catolico
Asimismo, nunca he podido tomarme en serio los temores de los sacerdotes, por considerarlos no naturales y no sagrados, además de indicio de peligrosidad en quien los siente. ¿Por qué iba a querer un hombre perverso cargarse de exclusivas y complejas promesas de hacer el bien? Hay razones, a veces, para que un sacerdote sea libertino, ¿pero qué razón puede haber para que un libertino se ordene sacerdote? En la vida abundan las actividades lucrativas de las que alguien dotado de tan excelso talento para el vicio y la vileza puede aspirar a sacar provecho. ¿Por qué cargar con unos votos que nadie aspira a ver cumplidos y que no se tiene la intención de respetar? ¿Quién es capaz de querer ser pobre para así poder convertirse en avaro, o de hacer votos de una castidad espantosamente difícil de cumplir, solamente para complicarse un poco más la vida? Todas aquellas viejas y espectaculares historias sobre los pecados de Roma siempre me parecieron una solemne tontería, incluso cuando era niño o no creía en nada, y lo cierto es que no puedo describir cómo las superé porque nunca las padecí. Recuerdo que a unos amigos en Cambridge, personas de tradición puritana, les pregunté en una ocasión por qué les costaba tanto decir simplemente que discrepaban de los papistas, como hacían con los teósofo s [11] o los anarquistas. Parecían encantados y a la vez escandalizados con mi pregunta, como si mi intención fuera convertir a un ladrón o domesticar a un perro rabioso. Y quizás era más prudente su sobresalto que mi baladronada. Como fuere, entonces no tenía la más remota sospecha de que el ladrón acabaría convirtiéndome a mí. Y sin embargo, tiendo a pensar que en este episodio está contenida la intuición de algo importante: o sospechan que en nuestra religión hay algo tan incorrecto que el solo hecho de insinuarlo es dañino, o bien que hay en ella algo tan acertado que su mera manifestación basta para convertir a cualquiera. Para ser justo con ellos, pienso que la mayoría sospechaba que lo segundo se acercaba más que lo primero a la verdad. Un poco más plausible que la idea de que los sacerdotes católicos sólo buscan el mal era suponer que están extraordinariamente preparados para buscar el bien a través del mal. Dicho vulgarmente, ello vendría a querer decir que, aunque no sean sensuales, siempre son astutos. Para disipar esta niebla, basta con un poco de experiencia, pero antes de adquirirla ya había vislumbrado alguna objeción, aunque sólo de índole teórica. La teoría que solía atribuirse a los jesuitas a menudo coincidía casi perfectamente con lo que en la práctica hacían casi todos mis conocidos. Todos practicaban en sociedad el cálculo verbal, la ambigüedad y frecuentemente las ficciones a secas, sin sentir que estuvieran incurriendo en patentes falsedades. De los caballeros se esperaba que fuesen capaces de decir que estarían encantados de cenar con un pelmazo, y las damas siempre estaban diciendo que el bebé de otra mujer era hermoso, aunque le pareciera más feo que Picio. Y es que a esas personas no se les ocurría pensar que fuera pecado el evitar decir cosas desagradables. Esto puede considerarse correcto o incorrecto, pero lo que sí es absurdo es poner en la picota a media docena de sacerdotes católicos por un crimen que medio millón de seglares protestantes cometen a diario. La única diferencia estribaba en que los jesuitas se Página 55
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