Porque soy catolico
la Union Jack. Y cuando comprendí esto, de pronto comprendí todo el resto. Ahora sabía por qué les entusiasmaba tanto esa cosa tan insulsa que era la teoría internacionalista. Por eso la hermandad de las naciones, que me parecía una perogrullada, a ellos les sonaba a coro celestial. Por eso decir que debemos amar a los forasteros tenía un aire de excitante paradoja, la divina paradoja de que hemos de amar al enemigo. Y por eso era por lo que el internacionalista estaba siempre organizando delegaciones y visitas a capitales extranjeras y calurosos debates y estrechando lazos más allá de las fronteras. Era un entusiasmo que no lograba ocultar un grito reprimido: «¡Mirad! ¡También los franceses tienen dos piernas! ¡Fijaos! ¡La nariz de los alemanes también cae en medio de la cara!». Ahora bien, sucede que un católico, y mucho más si lo es de nacimiento, no puede comprender este tipo de reacciones, y ello es así porque desde el comienzo su religión arraiga en la unidad de los hijos de Adán, que constituyen el único Pueblo Elegido. El católico es leal al país donde nació, de hecho suele serlo apasionadamente, entre otras cosas porque el apego a las tradiciones locales es connatural con su religiosidad, pródiga en altares y reliquias. Pero del mismo modo en que el culto a las reliquias es una consecuencia de su religión, sus lealtades locales son el resultado de la hermandad universal de todos los hombres. El católico dice: «Debemos amar a todos los hombres, desde luego, pero ¿qué es lo que todos los hombres aman? Aman su tierra, sus fronteras establecidas, la memoria de sus padres. Esto es lo que justifica el sentimiento nacional, porque es lo normal». Mientras que el patriota protestante nunca ha sido capaz de concebir otro patriotismo que el suyo. En este sentido, es cierto que protestantismo equivale a patriotismo. Por desgracia, es sólo eso, es su punto de partida, pero no va más allá. Nosotros partimos de la humanidad y vamos al encuentro de los diversos apegos y tradiciones de la humanidad. No hay luz más radiante que la que iluminó el último momento de la vida de uno de los más gloriosos protestantes ingleses (uno de los más protestantes y uno de los más ingleses). Porque no otro es el sentido de aquella frase pronunciada por la enfermera Cavel l [16] , a su vez la más noble mártir de nuestro moderno culto a la nacionalidad, cuando el rayo del blanco sol de la muerte atravesó su mente y, como si de repente hubiera hecho un importante descubrimiento, le arrancó el grito: «Ahora comprendo que con el patriotismo no basta». Algo tenían en común los católicos a los que me he unido y los liberales entre los que vine al mundo: jamás a ninguno se le habría ocurrido pensar que bastara con el patriotismo. Pero el idealismo insular al que esa gran dama dedicó su vida le había enseñado desde su infancia a dar por sentado que sí bastaba. Las damas inglesas que figuran en la historia rara vez lo hacen como heroínas; por lo general se enfrentan y desafían a extranjeros o salvajes, y no especialmente pensando que se trata de prójimos o iguales. Las últimas palabras de la mártir inglesa en Bélgica han sido citadas frecuentemente por simples cosmopolitas, pero los cosmopolitas son los últimos seres realmente capaces de comprenderlas. Por lo general, un cosmopolita es alguien que se esfuerza en demostrar, no que con el patriotismo no basta, sino que es Página 59
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