Porque soy catolico
excesivo. Pero el hecho relevante es que cientos de personas entre las más heroicas y nobles que pueblan los países protestantes han hecho suyo el credo de que, en efecto, basta con ser patriota. El católico más desaliñado y cínico es más prevenido, como también podía serlo el más impreciso y visionario universalista. De todas las dificultades que lastran el protestantismo, y que me parecen difícilmente concebibles, quizás es ésta la más frecuente y hasta cierto punto aceptable: el hecho de que los sujetos británicos de entrada sean tan excesivamente británicos. Por un azar yo no lo era. La tradición que recibí en mi juventud, las simples, demasiado simples verdades legadas por Priestle y [17] y Martinea u [18] contenían algo que vagamente recordaba la espléndida generalización de que los hombres son hombres, y la primera de estas dos grandes personalidades se atrevió en su nombre a enfrentarse al histérico patrioterismo de las guerras con Franci a [19] y aun a desafiar la leyenda de Trafalgar. A esa tradición le debo el hecho, no sé si ventajoso o no, de saberme incapacitado para analizar las muy heroicas virtudes de todas las hermandades de Plymouth [20] cuyo centro único queda en Plymouth. Y es que esa forma de racionalismo, con sus defectos y todo, había arraigado de antaño en la misma civilización esencial donde se originó la Iglesia, y aunque haya acabado conduciendo a la Iglesia, sus inicios fueron la República. Es decir, un mundo que ignoraba las banderas y fronteras de hoy, donde todas nuestras instituciones estatales y sectas nacionales eran inimaginables. Un vasto universo cosmopolita que nunca había oído hablar de Inglaterra ni era capaz de imaginar un reino aislado y en guerra, sumido en la vasta paz de los infieles que es la matriz de todos estos misterios; un universo que había olvidado las ciudades libres y no soñaba con pequeñas nacionalidades, y que sólo conocía la humanidad, el humanum genus, y el nombre de Roma. La Iglesia católica ama a las naciones como ama a los hombres, y por la misma razón: porque son hijos suyos. Y lo son, sin duda, en el sentido de que son posteriores a ella temporalmente y constitutivamente. De paso, he aquí un excelente ejemplo de una falacia que a menudo contribuye a enturbiar las consideraciones sobre los conversos. La misma gente que llama perverso al converso, que sobre todo lo considera un traidor a la causa patriótica, no se priva de emplear aquel otro estribillo para recordarle que su obligación es creer en esto o aquello. Pero no se trata tanto de lo que a un hombre se le haga creer cuanto de lo que no puede dejar de creer. No puede creer que los elefantes no existen si alguna vez ha visto alguno, y no puede tratar a la Iglesia como si fuera una criatura cuando sabe que es su madre. Y no sólo suya, sino la madre de su país, por ser mayor y más autóctona que su país. Es madre no por sentimentalismo, sino por realidad histórica. Ningún hombre puede pensar que tal cosa sea el caso cuando sabe que tal cosa es lo contrario. No puede pensar que el cristianismo fue inventado por Penda de Merci a [21] y que fue él quien envió misioneros a evangelizar al pagano Agustín y al rudo y bárbaro Gregorio . [22] No puede pensar que la Iglesia surgió del seno del Imperio británico, y no en el Imperio romano. No puede pensar que Inglaterra ya existía, con su cricket y su caza del zorro Página 60
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