Porque soy catolico

y la versión jacobita terminad a [23] , cuando Roma fue fundada o nació Cristo. No tiene sentido decir que el hombre es «libre» de creer estas cosas. Es exactamente tan libre de creerlas como de creer que los caballos tienen plumas o el sol es del color de los guisantes. Es imposible que crea nada que contradiga aquello de lo que previamente haya tomado plena conciencia. Entre esas cosas en las que no puede creer se encuentra la idea de que el deber de un buen patriota con su nación es por naturaleza más absoluto, antiguo e imperativo que el que pueda contraer con toda la cultura religiosa que fue la primera en alzar el mapa de sus territorios y ungir a sus reyes. Esa misma cultura religiosa sin duda lo anima a luchar hasta el último soplo por su país, así como también por su familia, pero ello es debido únicamente a que es una cultura religiosa generosa e imaginativa y humana, que sabe que los hombres necesitan estar unidos por lazos íntimos y personales. Todas esas lealtades secundarias, sin embargo, son posteriores temporal y lógicamente a la ley de la moral universal que las justifica. Y si el patriota es tan tonto para enfrentarse a la tradición universal de la que emana su propio patriotismo, si pretende imponer su pretendida prioridad en detrimento de la primitiva ley del Universo entero, lo único que conseguirá será que le respondan con la demoledora sencillez del Libro de Job. Como Dios dijo al hombre: «¿Dónde estabas cuando yo echaba los cimientos de la tierra? » [24] , del mismo modo podríamos decirle a la nación: «¿Dónde estabas cuando se echaron los cimientos de la Iglesia?». Y la nación sería incapaz de conocer la respuesta (en caso de que se le ocurriera dar alguna) y se vería obligada a taparse la boca con la mano, aunque sólo fuera para fingir que bosteza y tiene sueño. He tomado este caso específico de patriotismo porque al menos tiene que ver con una emoción en la que creo profundamente y resulta que siento intensamente. Siempre he hecho lo que he podido por defenderlo, por más que algunas veces se haya sospechado que simpatizo también con patriotismos ajenos. Pero lo que no veo es cómo puede hacerse fuera del marco de una moral más amplia, y la moral católica resulta ser una de las muy escasas morales de esta naturaleza que está dispuesta a salir en su defensa. La Iglesia, eso sí, lo defenderá por ser uno de los deberes de los hombres, y no porque sea el único deber del hombre, como lo concebía la teoría prusiana del Estado y, también frecuentemente, la británica del Imperio. A este respecto el católico se basa, igual que lo hacía el unitario universalista, en el hecho real de una humanidad anterior a todas esas humanas divisiones, tan sanas y naturales. Pero es absurdo tratar a la Iglesia como si fuera una inédita conjura contra el Estado, cuando hasta hace muy poco el Estado fue apenas un inédito experimento auspiciado por la Iglesia. Es absurdo olvidar que la Iglesia atrajo la lealtad de hombres que ni siquiera soñaban con concebir la idea de fundar estados nacionales y desligados entre sí, como lo es también olvidar que la fe no era solamente la fe de nuestros padres y antepasados, sino la fe de nuestros antepasados y padres antes aun de que le hubieran dado un nombre a nuestra patria. Página 61

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