Porque soy catolico
E III Obstáculos reales n el anterior capítulo, y antes de entrar en materia, abordo el caso protestante en el sentido convencional y polémico. He centrado mi interés en algunas objeciones que mis muy tempranas sospechas me llevaron a considerar y que ahora sé que no son más que prejuicios. Y también he analizado, por último y más detalladamente, lo que pienso que es el más noble de los prejuicios protestantes, aquel que apela únicamente al patriotismo. No pienso que el patriotismo forzosamente sea un prejuicio, pero estoy convencido de que lo es inevitablemente y no puede sino serlo cuando prescinde de una moral común. En cuanto al patriotismo que impide que otros pueblos sean patriotas, no es que no sea moral, sino que es una forma de la inmoralidad. Pero aun este prejuicio tribal es más respetable que el desastrado amasijo de confusionismo y calumnias que me veo obligado a consignar como la primera entre todas las políticas oficiales de oposición a la Iglesia. Son rancias fábulas que parecen apreciar las personas que han decidido mantenerse alejadas de la Iglesia, pero no creo que tengan la menor importancia para quien haya decidido acercarse a ella. Cuando vemos lo que es la Iglesia realmente, incluso si lo que vemos suscita nuestro rechazo, es inevitable que veamos otra cosa que lo que se nos enseñó a rechazar. Aun cuando quisiéramos abolirla, ya no podríamos injuriarla, aunque pudiéramos sentir odio en su presencia, lo que representa habrá dejado de ser lo que un día pensamos, y en su lugar es posible que pongamos una nueva forma de odio, pero nos habremos desprendido de nuestros viejos prejuicios, de la sacra armadura de nuestra invencible ignorancia. Nunca más volveremos a ser tan estúpidos. Y si somos medianamente lúcidos, sin duda pondremos algo de orden en nuestras nuevas razones, incluso puede que probemos a relacionarlas con nuestros viejos hábitos de pensamiento. Pero hagamos lo que hagamos, el objeto de nuestro odio no desaparecerá, permanecerá ahí, presente, así como en el último capítulo lo que hicimos fue considerar las cosas que no están presentes. Las razones reales son casi lo contrario de las supuestas, las verdaderas dificultades casi nada tienen que ver con las reconocidas como tales. Ello se debe, desde luego, a un fenómeno general, ampliamente difundido pero que no siempre se comprende o señala abiertamente. A la ofensiva protestante contra el catolicismo se le ha dado la vuelta y ha quedado completamente del revés. De prácticamente todas las acusaciones que la Reforma lanzó contra la Iglesia, ésta ha sido absuelta por el mundo moderno, pero después ha tenido que cargar con nuevas acusaciones de signo contrario. Como si los reformistas hubiesen condenado al Papa por su avaricia, y luego el tribunal, tras declararlo inocente, decidiera castigarlo por su extravagante Página 62
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx