Porque soy catolico

lapso apenas duró de Voltaire a Huxley. Lo que hoy llamamos pensamiento libre es apreciado, no porque suponga el ejercicio libre de la reflexión, sino porque entraña la libertad de dejar de pensar, porque es irreflexión libre. Cuando el converso lo es desde hace algún tiempo, nada le divierte más que escuchar las opiniones de quienes se dedican a calcular cuándo o si se arrepentirá de haberse convertido, cuándo se hartará de la cosa, cuánto tiempo será capaz de soportar ese estado, en qué momento su exasperación le hará saltar y exclamar que ya no puede aguantar más. Porque todas esas opiniones son producto de una ilusión óptica que confunde el adentro y el afuera, como intento establecer en este capítulo. Los espectadores ven o creen que ven al converso agachándose para entrar en una especie de templo enano, que además imaginan diseñado interiormente como una cárcel, cuando no como una cámara de tortura. Pero en realidad lo único que saben de él es que ha entrado por una puerta. Ignoran que detrás de esa puerta lo que se abre no es la oscuridad del alma, sino la brillante luz del día. Quien en puridad, y en el sentido más bello y beatífico de la palabra, es un espectador es el converso. No quiere pasar a una habitación más amplia, ya que para él no hay ninguna otra que pueda ser más espaciosa. Sabe de la existencia de una gran cantidad de pequeños cuartos, todos ellos considerados imponentes, pero sabe que no estaría a sus anchas en ninguno de ellos. De todos se dice que contienen el Universo o el esquema original del mundo, pero lo mismo se dice de la secta de Clapha m [37] o de la de Clapton Agapemone . [38] Según dicen, la cúpula que las remata es el cielo y están decoradas con todas las estrellas del firmamento. Pero cada uno de esos sistemas o artefactos cósmicos se le antojan mucho más pequeños y aun más simples que el ancho y equilibrado universo que le rodea. Uno de esos sistemas se hace llamar agnosticismo, pero el converso, por experiencia, sabe que es un sistema que ni siquiera goza de la libertad de la ignorancia. Se trata de una rueda que siempre ha de estar girando sin un segundo de milagrosa interrupción, un círculo que no admite someterse a la cuadratura de ninguna matemática mística, una máquina que hay que mantener purgada de espíritus, al menos tanto como la máquina manifiesta del materialismo. Como vive en un mundo dotado de dos órdenes, el supra natural y el natural, el converso siente que vive en un mundo más grande y no cae en la tentación de arrastrarse para volver a meterse en uno más pequeño. Otro de esos sistemas se llama teosofía o budismo, pero el converso, por experiencia, sabe que es otra de esas aburridas ruedas que aspiran a ser espiritualmente útiles, mas como vive en un mundo donde es libre de hacer cualquier cosa, incluso de irse al infierno, no ve razón alguna para atarse a una rueda que sólo rige el destino. Otro sistema se llama humanitarismo, pero el converso bien sabe que quienes lo profesan tienen bastante menos experiencia que él de los hombres. Sabe que cuando hablan de humanidad se refieren casi exclusivamente a la que actualmente vive en las modernas ciudades, una humanidad carente del enorme interés por lo que un lejano día se predicó entre legionarios en Palestina y lo que hoy continúa predicándose entre campesinos en China. Con tal agudeza es consciente de Página 80

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