Porque soy catolico

jactaron de sus brillantes servicios y alegres sermones: al fin las iglesias podían competir con las salas de cine, es más a la iglesia se podía ir como se va al cine. En sus versiones más moderadas, se dedicaron a ensalzar los placeres naturales, como el disfrute de la naturaleza y aun el goce de la naturaleza humana. Son excelentes cosas, qué duda cabe, y una excelente muestra de libertad. Y sin embargo, todo esto tiene sus limitaciones. Lo que queremos no es una religión que nos dé la razón cuando acertamos, lo que queremos es una religión que acierte cuando nos hemos equivocado. En realidad, todas estas recientes modas tienen menos que ver con la libertad que pueda concedernos la religión que (y en el mejor de los casos) con la religión que nuestra libertad nos autorice a profesar. Y toda esa gente toma como modelo las modernas tendencias, con lo que tienen de amable y también de anárquico y en buena medida de repetitivo y obvio, y exige que todas las confesiones religiosas se ajusten a él. Pero el modelo seguiría estando ahí, con o sin confesiones. Es gente que pide que la religión tenga una dimensión social, cuando lo que sucede es que le gusta lo social y no necesita ninguna religión. Pide que la religión sea práctica, cuando es gente práctica que no practica ninguna religión. Dice que lo que hace falta es una religión aceptable por la ciencia, cuando está siempre dispuesta a aceptar la ciencia y casi nunca lo está a aceptar la religión. Dice que prefiere que la religión sea de tal manera sólo porque ya es de esa manera, que la necesita, cuando en realidad puede vivir sin ella. Muy otra cosa es lo que sucede cuando una religión, en el sentido verdadero de un ligamen o vínculo, obliga a los hombres a vincularse con una moral que no se confunde con sus tendencias. Muy otra cosa es que algunos santos predicaran la reconciliación social a facciones en guerra que apenas podían mirarse a la cara sin querer degollarse. Era muy otra cosa predicar la caridad a los paganos, que no creían en ella, así como hoy es muy otra cosa predicar la castidad a los nuevos paganos, que no creen en ella. Es en estos otros casos cuando se produce la verdadera lucha cuerpo a cuerpo con la religión, y es entonces cuando se manifiesta el singular y solitario triunfo de la fe católica. Que no consiste sólo en tener razón cuando estamos en lo cierto, sino también en sentirnos alegres o esperanzados o humanos. En haber estado en lo correcto al errar y descubrirlo mucho después, cuando vuelve a nosotros la conciencia de lo que hicimos, como un bumerán. Una sola palabra que nos habla de lo que desconocemos tiene infinitamente más valor que un millar de palabras que repiten lo que ya sabemos. Y el efecto se acrecienta extraordinariamente si no sólo nos habla de lo que ignorábamos, sino además de lo que no podíamos creer que fuera cierto. Puede parecer paradójico decir que la verdad nos enseña más cuando nos habla en un lenguaje que rechazamos que con palabras que estamos acostumbrados a recibir. Sin embargo, esa paradoja contiene una parábola de las más sencillas y familiares, que puede ilustrarse con un sinfín de ejemplos. Si se nos dice que procuremos evitar los pubs, pensaremos que quien nos da este consejo quizás sea un Página 83

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